Por eso es considerada una de las mayores promesas del mundo emergente y se espera que para el 2020 solo se encuentre detrás de los Estados Unidos y China, lo cual coincide con el informe del 2003 en el que el Goldman Sachs la puso entre las cuatro naciones que dominarían el mundo en el 2050, junto con Brasil, Rusia y, sí, China, lo que se ha llamado los Bric.
Así las cosas, la India será junto con China la mayor proveedora global de servicios y manufacturas. Esa proyección ya empezó a cumplirse. Las empresas de tecnología de la información hicieron del país un polo de servicios contratados desde el exterior.
Desde los call centers indios atienden llamadas de clientes de todo el mundo. Por su parte, la industria farmacéutica, que creció fabricando genéricos (producen el 22 por tafolio de los que se venden en el mundo), hoy desarrolla y patenta nuevas drogas.
Pese a que continúa con unos altos índices de pobreza, se estima que 100 millones de indios salieron de la pobreza en las dos últimas décadas, gracias, en parte, sa que en los últimos 17 años, su economía se ubicó, detrás de la china, como la segunda de más rápido crecimiento. La clase media se cuadruplicó y el aumento de su poder de compra disparó el consumo interno.
Hoy las multinacionales de origen indio adquieren empresas en todo el mundo. El caso más icónico es el de la automotriz india Tata Motors, que acaba de comprarle a Ford las marcas Jaguar y Land Rover por 2.300 millones de dólares.
Pero el grupo, con inversiones en comunicaciones, informática, electricidad y consultoría, entre otros sectores, no solo apunta al mercado de lujo que florece en el país (figura cuarto en la lista de Forbes por su cantidad de millonarios), sino a esa nueva clase media recién salida de la pobreza: a finales de este año, Tata Motors pondrá a la venta el auto más barato del mundo, el Nano, por sólo 2.500 dólares.
En la historia de la transformación india hay más de convicción que de milagro, y una clave: haber sabido mirar hacia adelante. No buscaron resultados inmediatos y son conscientes que todavía tienen un largo camino por recorrer.
El crecimiento de hoy tiene anclaje en las reformas estructurales que el gobierno de Nasharima Rao se vio forzado a hacer en 1991 para abrir su mercado, cuando la caída de la Unión Soviética (entonces su principal socio comercial) puso en jaque su economía de sustitución de importaciones y sus políticas estatistas.
"En lugar de importar reformas pensadas desde los organismos financieros internacionales, hemos sido nosotros quienes les exportamos a ellos ideas y recursos humanos. Las políticas adoptadas aquí en la década del 90 fueron pensadas por indios para los indios", se ufana Alpana Killawala, directora general del Banco de la Reserva de la India.
La fórmula aplicada no era novedosa: disminuyeron el déficit fiscal, reformaron el sistema impositivo, privatizaron las empresas públicas y desregularon e incentivaron la inversión extranjera. Pero ellos dicen que sumaron algo más importante: un proyecto de país.
Así mismo, afirman que haber heredado una cuota del respeto inglés por las instituciones obligó a que el proceso fuera gradual. En vez de desmantelar las empresas estatales, el Gobierno indio mantuvo porcentajes accionarios en áreas sensibles, como la energía, pero las expuso a la competencia.
La India no solo no abandonó su pretensión de tener una pujante industria nacional, sino que se propuso ser líder en sectores que con el tiempo se convirtieron en el motor de su crecimiento, como el informático y el farmacéutico. Y para eso echó mano de su principal activo: los recursos humanos.
Una apuesta por la educación y la tecnología
A pesar de que el 75 por ciento de la población vive en condiciones de precariedad, al lado de los asentamientos carentes de toda infraestructura, desde donde mujeres y niños descalzos recorren enormes distancias en busca de agua, se erigen edificios (casi siempre también precarios) donde funcionan institutos de negocios, tecnología y farmacia.India produce hoy más de 300.000 ingenieros y 150.000 profesionales en informática por año.
Ellos conforman la nueva clase de jóvenes técnicos que nutren a las firmas de tecnología que están cambiando el perfil de ciudades del sur, como Bangalore e Hyderabad, que hasta hace un puñado de años eran centros agrícolas de escaso desarrollo, y hoy son reconocidas como las 'Silicon Valley asiáticas'.
Aquí, un ingeniero recién graduado gana cerca de 300 dólares mensuales, un sueldo que supera al de un profesor universitario y al de un médico, y es un verdadero lujo en un país donde más de 200 millones de personas subsisten por debajo de la línea de pobreza, además de un incentivo para perfeccionarse cada vez más.
Entre las más de 250 universidades y 13.150 instituciones de enseñanza superior que tiene hoy el sistema educativo indio, sobresalen las escuelas de negocios. Para la elite educada, ser graduado en una maestría en administración es un requisito importante.
Con 5'500.000 habitantes, Bangalore suma unas 1.500 universidades e institutos de educación superior y más de 100 centros de investigación y desarrollo tecnológico, incluida la Organización de Investigación Espacial India, que para el 2015 prevé enviar a la Luna una misión tripulada sólo por astronautas indios.
Parece descabellado pensar en la conquista del espacio cuando todavía el Estado falla por completo en la provisión de servicios tan básicos como el agua potable, pero el director del programa, H. Bhojraj tiene una su propia respuesta. "Gracias a los satélites que ponemos en órbita un día tendremos un tendido de agua que se ajuste con exactitud a la geografía del país. Invertir en investigación sirve para solucionar problemas a largo plazo", dice.
Mezclas exóticas
Masala es el nombre que se da en la India a la mezcla de especias dulces, saladas y picantes que hace que su cocina sea única por su aroma y su sabor.
También se llama así al único género que produce la extraordinaria industria de cine local, Bollywood, por unir en un mismo film elementos de drama, acción, comedia, musical y hasta ciencia ficción en historias con moraleja y final feliz. Y esa misma palabra, o esa misma obsesión por fusionar lo conocido para volverlo único, vale para definir a este país de contrastes.