Llama la atención el optimismo de la mayoría de los análisis sobre la economía colombiana para este año. Y no porque no haya motivos para ser optimistas, sino porque se están perdiendo de vista algunos elementos que están lejos de ser color de rosa. Una perspectiva amplia permite ver muchos factores favorables, pero también otros que generan inquietud y preocupación.
El semáforo está en verde para el entorno macroeconómico en que se moverá la economía en el 2014. El crecimiento este año será mayor que en el anterior, y superará el 4,5 por ciento. El motor más importante de ese dinamismo seguirá siendo el consumo privado, gracias a las bajas tasas de interés, la gran liquidez, la confianza de los hogares y los niveles récord a los que ha caído el desempleo.
Entre tanto, la inversión privada debe mantener el dinamismo que ha registrado en los últimos meses, jalonada especialmente por la construcción, mientras la inversión pública también hará un aporte importante al crecimiento, por las obras de infraestructura y la ejecución de los recursos de las regalías. Si además tenemos en cuenta un entorno de baja inflación y ligera devaluación, no es raro que la mayoría de los análisis de este comienzo de año sean optimistas.
Pero la economía no depende solo de las escuetas variables macroeconómicas, y cuando analizamos un entorno más amplio empiezan a aparecer las alertas propias de un semáforo en amarillo. Todos sabemos que el comportamiento de los consumidores e inversionistas depende de la percepción que tengan sobre el entorno político. Por eso sería ingenuo ignorar que en este año habrá elecciones parlamentarias y presidenciales, marcadas por una creciente polarización política que puede afectar las expectativas económicas (como ha venido sucediendo, por ejemplo, con el debate público sobre Ecopetrol en los últimos días).
Agreguemos a esto otras circunstancias delicadas, como el que los diálogos de La Habana están arrojando noticias cada vez más inquietantes (como la propuesta de las Farc de desmilitarizar zonas completas del país afectadas por el narcotráfico), o el laberinto jurídico-político en que ha caído Bogotá y, con ella, la primera economía regional del país.
Mientras tanto, el semáforo sigue estando en rojo para la competitividad de la economía colombiana, como lo muestran nuestros pobres resultados en las mediciones del Foro Económico Mundial y el patético retroceso de la educación en las pruebas Pisa. La preocupación que genera esta situación se convierte en alarma si tenemos en cuenta que se requiere urgentemente un relevo en los motores del crecimiento económico en el país: el boom internacional de las materias primas se está diluyendo, nuestra minería crece cada vez menos y nuestras reservas petroleras han llegado a su nivel mínimo de este siglo como porcentaje de la producción.
Es indudable que este año llega con luces favorables para la economía colombiana, pero ojalá no nos encandilen y podamos ver el resto del semáforo a tiempo.
Mauricio Reina
Investigador Asociado de Fedesarrollo