En un mundo caracterizado por las desigualdades crecientes, resulta estimulante ver la corriente altruista que está tomando fuerza entre muchos millonarios. Si bien a lo largo de la historia son varios los casos de filantropía, no es menos cierto que hacía varios años que no se veían muestras tan palpables de ello.
Las motivaciones pueden ser de muy diversa índole: desde lograr estímulos fiscales hasta pretender la inmortalidad, pasando por casos de arribismo social y también, no hay duda, decisiones basadas en consideraciones éticas o de verdadera sensibilidad social. Lo importante, sin embargo, es que están retornando a la sociedad algo de lo mucho que han recibido.
Los casos emblemáticos de Bill Gates y de Warren Buffet están siendo seguidos por varios millonarios que anuncian el monto de sus grandes donaciones. Se mencionaba, incluso, en noticias recientes, que esta pareja andaba de viaje por India y China, convenciendo a otros miembros del exclusivo club a seguir su ejemplo. No hay duda de que recursos tan cuantiosos podrán tener impactos muy positivos en muchos frentes, y ojalá esto, que parece una moda entre esos círculos sociales, se hiciera costumbre entre quienes mucho tienen. El modelo económico predominante en el mundo apunta a que las diferencias se seguirán acentuando y los desequilibrios serán cada vez más inquietantes. Por ello, las acciones voluntarias resultan de gran importancia para compensar, de alguna manera, esta situación.
Resulta muy positivo ver que Colombia no es ajena a esta tendencia. Un caso muy reciente y que vale la pena destacar, por lo que aporta a la ciudad de Bogotá, es la donación de la familia Santo Domingo para la construcción del Centro Cultural que lleva su nombre. La estupenda sala de concierto, que sirvió de escenario para oír a la orquesta dirigida por Daniel Barenboim, como si estuviéramos en una de las grandes capitales, y la impresionante biblioteca serán, sin duda, íconos de la cultura y de la arquitectura capitalina.
Algo similar se puede decir del edificio de ingeniería de la Universidad Nacional, donado por Luis Carlos Sarmiento, o de las importantes contribuciones de Carlos Ardila en el campo de la salud, no sólo en Bogotá, sino en Bucaramanga y Cali.
No menos destacada fue la actitud de estos tres colombianos, junto con otro grupo de importantes empresarios, en el caso de las donaciones a Colfuturo, que hicieron posible recaudar una muy considerable suma para fortalecer el patrimonio de la entidad. Afortunadamente no son los únicos casos en el país, y es cada vez más evidente que el tema de la responsabilidad social y la filantropía es asunto importante para los más privilegiados.
Por otro lado, falta mucho por andar, en el caso de las empresas extranjeras, que en forma creciente llegan a Colombia. Son poderosas compañías que obtienen muy buenos resultados por su presencia en el territorio nacional, pero que, en general, dejan mucho qué desear en cuanto a sus contribuciones voluntarias al progreso del país que los ha acogido.
Ahí tienen un tema para incorporar en su agenda de trabajo.