Resulta un chiste fácil decir que la posesión del nuevo presidente de Chile, Sebastián Piñera, resultó bastante movida. Pero así fue por cuenta del temblor con una intensidad de 6,9 grados en la escala de Richter que ayer sacudió el territorio austral y en especial las instalaciones del Congreso Nacional en Valparaiso, en donde se llevaban a cabo las ceremonias del cambio de mando.
A pesar del nerviosismo de los invitados al acto y del desconcierto que se apoderó de los Presidentes extranjeros y demás dignatarios presentes, el nuevo inquilino del Palacio de la Moneda no perdió el sentido del humor. "Esto es una maniobra de la Concertación para moverme el piso", sostuvo en alusión al bloque de partidos de izquierda que había detentado el poder durante cerca de dos décadas.
Pero más allá de los gracejos, es indudable que Piñera comienza su labor con una titánica tarea enfrente. A pesar de ser el país más próspero de América Latina, es indudable que la reconstrucción de las vastas zonas que afectó el terremoto del pasado 27 de febrero, constituye un desafío formidable.
No hay que olvidar que el cálculo es que las obras de reparación de vías, edificación de viviendas y atención a cerca de dos millones de damnificados, costarán cerca de 30.000 millones de dólares.
Esa suma es equivalente a una quinta parte del Producto Interno Bruto chileno y aunque todo indica que los principales sectores económicos de la nación suramericana experimentaron daños menores, se trata de hacer las cosas bien. Por ese motivo, Piñera canceló las celebraciones y empezó a trabajar, tan pronto el protocolo se lo permitió.
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