Convocados con ocasión de la apertura de Colombiatex, los representantes del sector mostraron un escenario preocupante que exige la toma de medidas con efectos en el corto y en el largo plazo. Ese llamado de auxilio merece ser escuchado, sobre todo porque en el recetario no hay solicitudes de fondos públicos, sino de decisiones orientadas a mejorar la competitividad y garantizarle futuro a una actividad que tiene mucho impacto, tanto económico como social.
De lo contrario seguirá aumentando el riesgo de un ramo que ha resultado muy golpeado en épocas recientes, tras haber experimentado un corto auge a mediados de la década. Las cifras muestran que después de la producción de automotores, la agrupación que incluye la elaboración de tejidos y la hechura de ropa fue la de peor desempeño en el país durante el 2009. Según el Dane, mientras la contracción de la industria manufacturera fue de 7,1 por ciento entre enero y septiembre pasados, en el caso de hilatura y tejeduría dicho retroceso fue de 8 por ciento, en el de tejidos de punto y ganchillo fue de 15,1 por ciento y en el de confecciones llegó a 23,5 por ciento.
Ese es un desempeño inquietante, si se tiene en cuenta el impacto que podría generar un deterioro mayor. De acuerdo con la Andi, la cadena textil-confecciones genera unos 130.000 empleos directos y casi 750.000 indirectos, lo que representa una quinta parte de la fuerza laboral dedicada a actividades fabriles. El gremio en mención calcula que en el país existen unas 450 fábricas de textiles y al menos 10.000 de confecciones, siendo estas últimas pequeñas unidades, cuyo principal activo son máquinas de coser en las que se trabaja por pedido.
Si bien hay capacidad productiva en todo el territorio nacional, el mayor aporte lo hacen cerca de ocho capitales, comenzando por Medellín y Bogotá. Son esas ciudades las que han sentido con mayor dureza el coletazo de la crisis que, según estimativos de Ascoltex, habría incidido en la pérdida de 30.000 empleos el año pasado. Para citar ejemplos concretos, en Ibagué prácticamente desaparecieron las plantas textileras, mientras que en Pereira fueron cerradas varias docenas de empresas confeccionistas. No es de extrañar, entonces, que dichos municipios tengan las tasas de desocupación más altas del país.
Las razones de tan preocupante situación son dos. De un lado, el mercado interno se contrajo como consecuencia del clima de incertidumbre que acompañó un año muy difícil en materia económica. En medio de la turbulencia los consumidores optaron por la prudencia, lo cual se sintió en las ventas. Además, la competencia de China y el contrabando tanto abierto como técnico, también hicieron sus estragos.
Por otra parte, el ámbito internacional no fue nada bueno. Entre enero y noviembre las exportaciones colombianas de textiles y confecciones cayeron 41,7 por ciento, al llegar a 1.141 millones de dólares, 814 millones menos que en igual periodo del 2008. La causa principal fue el cierre del mercado venezolano, destino de la mitad de los despachos, con un bajón de 48,8 por ciento. Tampoco le fue bien a quienes vendían en Estados Unidos que, en medio de una seria recesión, bajó sus compras en 31,5 por ciento.
Todo lo anterior ha disparado las alarmas para que el declive no continúe este año. Afortunadamente, hay algunas señales alentadoras, si bien es claro que las esperanzas de que se abra la frontera bolivariana son muy pocas. No obstante, es previsible que en otras latitudes mejore la demanda, lo cual debería sentirse en las ventas externas.
Pero quizás más importante es el plan de aumentar el abastecimiento del mercado interno, por lo cual es necesario mantener la lucha contra el contrabando y la subfacturación, algo que sería posible después de la reciente expedición de un decreto que modifica el estatuto aduanero. Esas medidas deben complementarse con la puesta en marcha del programa de transformación productiva que apunta a que Colombia pueda competir internacionalmente tanto en textiles y confecciones. El reto no es fácil, pero experiencias como las de Perú y Turquía dan motivos para pensar que superarlo es posible.