No fueron nada fáciles las negociaciones en Cancún, que finalmente produjeron 'humo blanco' en la madrugada del lunes y que implican un aumento de 70.000 millones de dólares en el capital del Banco Interamericano de Desarrollo. Y es que a pesar de que las 48 naciones socias de la entidad multilateral hayan llegado a un acuerdo, serán necesarios varios meses antes de que se limen las asperezas ocasionadas por la presencia de posiciones divergentes.
El lío más grande lo tiene Estados Unidos, quien delegó su representación en una funcionaria de tercera línea, cuya principal actitud era la de negarse a escuchar opiniones diferentes a la suya. Para colmo de males, el secretario del Tesoro, Timothy Geithner estaba distraído con la votación de la reforma a la salud en el Congreso norteamericano, con lo que cual dejó un tema fundamental para la región en manos de los burócratas de siempre.
Una vez más, la administración de Barack Obama vuelve a dejar en claro que a pesar del discurso conciliatorio hacia una zona del mundo que sus predecesores han ignorado largamente, este vuelve a estar más apoyado en la retórica que en los hechos. Nadie pretendía, por supuesto, que una decisión que involucra una suma de dinero tan grande fuera sencilla.
De hecho, cuando en Guadalajara en 1994 se produjo la capitalización previa a la actual, por valor de 40.000 millones de dólares, las discusiones se prolongaron por varios días y terminaron al amanecer, justo cuando el plazo previsto estaba a punto de expirar. Pero en esta ocasión, era claro que todos estaban de acuerdo, menos uno. Y ese uno, casi hace naufragar la nave.
Afortunadamente, los países de la región contaron con la fortuna de tener a Óscar Iván Zuluaga como líder. Gracias a haber sido el presidente de la Asamblea del banco hace un año en Medellín, el Ministro de Hacienda de Colombia tenía autoridad para impulsar a los remolones y buscar fórmulas que exigieron no pocos sacrificios. Su experiencia parlamentaria le sirvió para tener paciencia y no dejarse sacar de casillas, así como para entender que a veces es mejor moverse en el mundo de lo posible y no de lo ideal.
¿Habría logrado el BID una capitalización mayor si se hubiera estado cerca de un rompimiento? Imposible saberlo. Lo que sí es claro es que con más de 174.000 millones de dólares de capital, la entidad es el banco regional de desarrollo más grande del mundo, por encima del africano y del asiático. Además, la experiencia muestra que un incremento adicional de fondos siempre será posible, pues el aumento descrito no fue el primero ni tampoco el último.
Ahora lo que viene es cerrar la operación, con compromisos específicos que seguramente darán origen a nuevas discusiones. Y cuando esa etapa se supere, el BID deberá enrutarse hacia nuevas prioridades que incluyen a los países de menor desarrollo y a los temas de cambio climático o ciudades sostenibles, para sólo citar algunas. Igualmente, será necesario que el BID se concentre más en el asunto de desastres naturales. Los fuertes terremotos de Haití y Chile han vuelto a poner de presente que América Latina y el Caribe están en una zona de riesgo sísmico. Como si eso no fuera suficiente, el calentamiento global con su previsible intensificación en el nivel medio del mar constituye un desafío para las islas y las zonas costeras del continente, aparte de la creciente posibilidad de que los episodios de sequía y lluvias se vuelvan más extremos, lo cual requiere anticiparse a las catástrofes. También en este caso es mejor prevenir que lamentar.
Aunque la capacidad de prestar 12.000 millones de dólares anuales a la región puede parecer pequeña, no hay que llevarse a engaños. Tan solo en el caso de Colombia, los créditos vigentes superan los 6.000 millones de dólares y el programa del 2010 es de unos 800 millones. Esto, además de las ventajas que implica tener una entidad temáticamente fuerte, que sirve para identificar tendencias, transmitir experiencias exitosas de otras latitudes y proponer reformas.
Por todo lo anterior, lo ocurrido en Cancún es una buena noticia. Eso, sumado a la millonaria solidaridad mostrada con Haití, es motivo suficiente para celebrar, como también para volver a tender los puentes que se quebraron en una negociación difícil que salió bien, pero no estuvo desprovista de sinsabores.