Si quisiéramos saber cómo era un determinado pueblo o una determinada nación, podríamos encontrar claves preciosas para saberlo, si estudiáramos cómo concebían la educación de sus gentes, para qué se educaban, con qué fin. Un colegio es entonces, una pequeña sociedad, un país que tiene identidades propias que ha construido y construye desde un modo particular de entender las cosas. Los espartanos, por ejemplo, educaban a sus ciudadanos para ganar la guerra. Los atenienses para trascender el humano pasar y pervivir en la memoria de los hombres. La paideia griega, fue, en todo caso, un colosal intento de legar a la historia de la humanidad las señas específicas a través de las cuales un pueblo concibió la aventura humana. En oriente, la educación se inclinaba mucho más hacia encontrar la unidad primigenia entre la naturaleza humana, la divina y la del mundo. El medioevo, por su parte, fue dominado por el modelo escolástico que intentó concebir el conocimiento y la biografía de los individuos, orientados hacia la búsqueda del poderoso magneto que Dios entonces representaba y que quizás aún representa. La modernidad a su turno, reivindicó hasta la saciedad el valor del individuo como garante de los procesos que desentrañaban la verdad del mundo y la de sí mismo. No es desatinado afirmar que la historia de la educación es, a su modo, la historia del desarrollo del pensamiento y la historia de la cultura. ¿Para qué educamos hoy? Muchas son las respuestas que la educación hoy está dando a preguntas que los estudiantes no se están haciendo. De otra parte, no es posible desconocer que somos herederos. Más de veinticinco siglos de historia occidental yacen en nuestra memoria colectiva. Y sin embargo, la transformación (dramática, en ocasiones) del mundo natural y de las cosas, no ha cambiado en esencia a la especie humana, que se yergue inquisitiva, como al principio de la historia, sobre el destino que debe tomar. Las preguntas son las mismas que hace milenios. La promesa de un proyecto global compartido está fracturada. La incertidumbre de los métodos sociales, la desmitificación de las antiguas certezas, el quiebre abrupto de la causalidad de la epistemología positivista, son manifestaciones de la actitud posmoderna que afectan el interior de las escuelas. Sea como sea, creo con fervor, que más allá de cuál es el modelo pedagógico que sostiene una escuela, ésta debería considerar siempre cuatro grandes universales en su día a día: la educación para el solaz y la dicha; la educación para que los individuos desarrollen al máximo sus peculiares capacidades y adquieran posesión de su destino de acuerdo con sus personales señas de identidad; educación para el enriquecimiento y desarrollo de esta nación colombiana, para salvar obstáculos que lo impidan, para el incremento de su riqueza material e inmaterial; y la educación al servicio de lo público, de la formación de ciudadanos libres y capaces en su intelecto, pero sobre todo, pulcros éticamente. Lo otro es sólo competir y competir. Y como los espartanos, prepararse para la guerra. Pero no creo. JUAN CARLOS BAYONA V.Rector Gimnasio Moderno jcbayona@gimnasiomoderno.edu.co Un colegio es entonces, una pequeña sociedad, un país que tiene identidades propias que ha construido y construye desde un modo particular de entender las cosas.ANDRUI
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20 abr 2010 - 5:00 a. m.
¿Para qué educamos?
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