Morales ha escogido otro camino, el de la estridencia, el aventurismo y el espectáculo de masas. Es una ruta peligrosa para un país pequeño y pobre, y suscita muchas inquietudes. La primera es por qué se comporta así con los gobiernos de Brasil y Argentina, que han sido sus aliados naturales y que estarían dispuestos a respaldarlo en un eventual enfrentamiento con el gobierno norteamericano. La respuesta convencional a esta inquietud es que Bolivia ha tenido controversias con ambos países, en especial con Argentina, desde hace tiempo por el precio del gas y por las condiciones en los contratos de suministro, y que Morales había prometido en campaña que nacionalizaría el gas y renegociaría los contratos de suministro. Eso lo sabían los argentinos, los brasileños y los españoles de Repsol (hoy dueños de la empresa argentina YPF, gran inversionista de gas en Bolivia) y estaban preparados para negociar y seguramente ceder en las condiciones de los contratos. El acto de fuerza no se justifica entonces, a menos que con ello espere lograr mejores condiciones, pues tanto Argentina como Brasil dependen del gas boliviano. Los asesores venezolanos pueden haberle dicho a Evo que Chávez generalmente pega primero y después negocia y que esa estrategia le ha servido para conseguir sus objetivos frente a las petroleras internacionales, los ricos venezolanos y la oposición. Pero darle una bofetada en la cara a Lula y a Itamaratí, a Kirchner, y al gobierno socialista de Rodríguez Zapatero no parece ser una decisión racional de un Gobierno que puede tener que acudir a ellos para apoyo en un futuro no muy lejano. Una hipótesis que es necesario explorar es que Chávez lo está instigando. La presencia del presidente venezolano en las reuniones de Puerto Iguazú a donde acudieron los presidentes de Bolivia, Brasil y Argentina para discutir y tratar, infructuosamente al parecer, de resolver el problema, indica que de alguna manera todos creen que Chavez está jugando algún papel en el asunto. Pero ¿qué gana Chávez con todo esto? Desde hace algún tiempo ha estado inquieto con Lula, con Brasil y con Mercosur. Ha dicho que Mercosur tiene que cambiar y parece estarle disputando a Lula el liderazgo de la izquierda en América Latina y a Brasil, el liderazgo en el empeño de promover la unión suramericana. Pero Lula es muy zorro y no se deja provocar. Ha respondido con cautela porque no quiere sacrificar su liderazgo ni sus objetivos de integración continental que son una aspiración de largo plazo, pero eso le está costando políticamente en su propio país en donde le reclaman una posición más agresiva. Debe estar pensando si la alianza con Chávez no va a resultarle un encarte y un dolor de cabeza. Es posible que les esté dando pita a sus improbables aliados, a ver si se enredan. Las declaraciones públicas de la reunión de Puerto Iguazú eran predecibles. Brasil y Argentina no le iban a dar papaya al mundo actuando como capitalistas ordinarios. Reconocen el derecho de otros países de tomar decisiones soberanas que es lo que hay que hacer y actuaron en forma cordial con sus colegas. Pero Petrobras ya está mostrando el colmillo. Vamos a ver en qué para todo. Pobre Bolivia. Ojalá su Evo no les resulte un Chavo y ojalá no les salga muy caro el experimento porque no cuentan con 20.000 millones de dólares para hacer diabluras. Ex ministro de Hacienda " Los asesores venezolanos pueden haberle dicho a Evo Morales que Hugo Chávez generalmente pega primero y después negocia.
Finanzas
08 may 2006 - 5:00 a. m.
¿Evo o Chavo?
El lunes pasado viajamos al pasado. Las nacionalizaciones de recursos naturales, el populismo arbitrario y la persecución de la inversión extranjera retornaron a América del Sur. La decisión de Evo Morales de nacionalizar el gas a la brava, sin consultar ni tener en cuenta que tanto Lula como Kirchner han sido sus aliados, no parece haber sido tomada enteramente por iniciativa propia, sino inspirada en Caracas y seguramente respaldada con entusiasmo en La Habana. Morales volvió de allá y a renglón seguido hizo el show de fuerza del primero de mayo, haciéndose acompañar del ejército para algo que podía haber hecho por decreto, abandonando de esa manera el estilo cauteloso y prudente que lo caracterizó en los primeros 100 días de Gobierno y que había dado lugar a la esperanza de que su Gobierno fuera de orientación pragmática, como ha sido el de Lula en Brasil.
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