Es que uno se queda desconcertado. Uno a uno caen todos los ídolos que tienen pies de barro. La economía no es la excepción a este comportamiento.
Cada vez se encuentra un ejemplo a seguir, sobre aplicación de políticas económicas que tarde o temprano resultan ser falaces y, en algunos casos, hasta mentirosas. Sin embargo, en el entretanto, en esas economías se vivieron ilusiones que las hacían sentir orgullosas: altas tasas de crecimiento del PIB, aumento en el ingreso de capitales, tanto por inversión extranjera directa como por capital de portafolio, incremento en el consumo de bienes primarios, durables y suntuarios, aumento en los precios de la vivienda y de las acciones, revaluación de sus monedas y persistentes tasas de alto desempleo.
Un reciente ejemplo es el del paraíso irlandés, convertido hoy en una especie de infierno que quiere ser llevado al limbo por los europeos, para que no arrastre en su caída a otros países como España y Portugal, se proyecte a toda Europa y se lleve de calle a la Unión Monetaria y al euro. Los euroescépticos están hoy que no caben de la felicidad.
En Latinoamérica, durante los años 90, los paradigmas de buen comportamiento económico fueron: México con Salinas de Gortari y la Argentina de Carlos Menem. Ya sabemos en qué terminaron esas orgías de crecimiento: Ricos más ricos y pobres más pobres; tasas de desempleo y subempleo inimaginables; crisis en las cuentas externas por la acumulación de déficits en la cuenta corriente y su no financiamiento en la cuenta de capitales debido al deterioro en la entrada de flujos de inversión extranjera; y pocas posibilidades de continuar privatizando los bienes públicos y de incrementarse de manera irresponsable los déficits fiscales.
Además, como consecuencia, se reventaron las burbujas que se habían creado en los precios de las viviendas y en las acciones.
A diferencia de Argentina y de México, a Irlanda por lo menos le queda un cambio en su estructura productiva y en su capacidad humana (industrias tecnológicas y desarrollo de la ingeniería, así como altos niveles de desarrollo en la educación) que, una vez aplicados los durísimos programas de ajuste estructural, servirán de base a su nuevo resurgir.
Los analistas económicos descubren cada día nuevas explicaciones, como si no se supiera de antemano que cuando se crece hay que ahorrar. Que el aumento del PIB no es indefinido y que como en la biblia, hay que tener ahorritos para responder a las situaciones de "vacas flacas"; que existen los ciclos económicos y que las expectativas en épocas de bonanza no se replican siempre hacia tendencias indefinidamente positivas a riesgo de generar, si todo lo anterior no se tiene en cuenta, una crisis por lo menos de las mismas proporciones que la bonanza.
Los pesimistas dicen por ahí que son optimistas bien informados, nos previenen cuando se incrementan los déficits de cuenta corriente y se financian con la cuenta de capitales, especialmente los de corto plazo, cuando se mantiene la revaluación y la burbuja en los precios de los mercados inmobiliarios y accionarios, cuando el déficit fiscal crece y el subempleo también, así como los índices de desigualdad (coeficiente de Gini). A veces nos preguntan con sorna ¿Cómo les va por su casa?