En ese momento se había producido la visita de Chávez a nuestro país, que incluyó cita presidencial en Hato Grande -la hacienda del General Santander acusado ahora de asesino de Bolívar, por el mandatario venezolano- reuniones con empresarios y periodistas y un gran cubrimiento de los medios. Para esa fecha, el antiguo coronel golpista era un estadista reposado, amigo de Colombia que regresaría a la Comunidad Andina de Naciones y que además arreglaría pronto el diferendo entre los dos países. Tuvo tiempo y espacio hasta para dedicar canciones y lanzar piropos a reconocidas periodistas vernáculas. Ahora, otra vez se movió el péndulo. A raíz del intempestivo final de su mandato como mediador del acuerdo humanitario al lado de la senadora Piedad Córdoba, vuelve a ser el enemigo del país, el dictador, el chafarote. Igual sucede con la senadora Córdoba, a quien hasta hace unos días le elogiaban su misión humanitaria y ahora llegan a hacerle hasta el extravagante cargo de traición a la patria. Pero del otro lado, ha sido igual. Chávez pasó de llamar al presidente Uribe mi amigo Álvaro, para despacharse en insultos, que naturalmente todos los colombianos debemos rechazar, tildándolo de indigno, mentiroso y hasta sinvergüenza. Todo esto ha sido producto de un proceso mal manejado. Fue el Gobierno colombiano quien involucró al coronel venezolano en la política interna al confiarle el encargo de mediador con la guerrilla de las Farc para conseguir la liberación de los secuestrados. Si bien Chávez tenía y tiene cierta ascendencia sobre la guerrilla -como la tuvo en su momento Castro- nadie podía desconocer su extraña y extrovertida personalidad, bien distinta de la discreción, reserva y aplomo requeridos en procesos de esta naturaleza. Su desborde verbal, así como el hecho de que tratara de sacar partido de la misión para sus intereses políticos internos y externos, era algo perfecta y totalmente previsible. Su manera desabrochada de hablar -y a veces de actuar- era conocida claramente por nuestro Presidente. Es claro que tanto Piedad como el presidente Chávez incurrieron en pecadillos de exceso de protagonismo en un momento en que se exigía al máximo el sigilo y la discreción. Pero la forma como el Gobierno colombiano los despidió en público y como dice la canción, sin una caricia ni un adiós, fue totalmente desafortunada. Cualquiera podría imaginar la reacción de un Chávez despechado, lanzando epítetos descalificadores a diestra y siniestra y dirigiendo mandobles en todas las direcciones. Ningún colombiano puede estar de acuerdo con los insultos de Chávez a nuestro Presidente, legítimamente elegido por el pueblo. Pero también hay que decir que en cierta forma Uribe dio papaya. El resultado de toda esta comedia de equivocaciones es que ahora parece más lejos el anhelado acuerdo humanitario, que las familias que lograron forjarse ilusiones hoy están más decepcionadas que nunca, que la selva inhóspita sigue siendo el domicilio de los policías, soldados y políticos secuestrados -unos de ellos hace más de diez años-, y que las relaciones con nuestro segundo socio comercial y vecino más próximo pasan por el peor momento en toda su historia. Se requerirán muchos días -quizás meses- para que los efectos que han dejado los desbordamientos verbales de lado y lado no afecten en materia grave nuestras relaciones bilaterales. Por ahora, no ha habido intercambio humanitario, pero sí intercambio de insultos. Mal balance. Ex fiscal general Se requerirán muchos días, para que los efectos que han dejado los desbordamientos verbales no afecten en materia grave nuestras relaciones bilaterales.
Finanzas
28 nov 2007 - 5:00 a. m.
De un intercambio a otro
Hace unos días escribí aquí en PORTAFOLIO cómo a propósito del presidente Chávez pasábamos de la descalificación a los elogios, a veces hasta desmesurados.
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