A partir de 1999, Colombia ha logrado algo que a veces pasa inadvertido o subestimado, pero que resulta de trascendental importancia económica y social: inflaciones de un solo dígito. De ahí no deberíamos salirnos por ningún motivo. Es indispensable hacer de esto un gran propósito nacional. Uno de los bienes colectivos más apetecibles de toda sociedad, en efecto, es mantenerse dentro de ambientes de precios moderados. ¿Por qué resulta conveniente no solo mantener inflaciones de un solo dígito sino, inclusive, apostarle al gran consenso nacional de estabilizar el índice de precios del país de largo plazo en el rango planteado por el Banco de la República del 3 al 4 por ciento anual? A veces se olvida -o, en todo caso, no se repara suficientemente en ello- que no puede haber política social efectiva y respetable en ningún país, si no se parte del presupuesto de inflaciones bajas. Éstas no bastan, por supuesto, para modelar un perfil social más equitativo de la sociedad. Se requiere poner en marcha políticas redistributivas expresas y audaces. Pero la inflación moderada es una condición, si no suficiente, sí necesaria para construir una política social que merezca ese nombre. La historia es contundente: de las inflaciones altas, los pobres siempre salen más pobres y los ricos más ricos. No hay peor distribuidor de la riqueza que la inflación. Quienes viven de su salario o de su pequeña pensión ven la carestía subir por el ascensor de las alzas, mientras que sus ingresos normalmente se retrasan por la escalera de los ajustes penosos y rezagados con relación al índice de precios. En cambio, las personas acaudaladas que poseen bienes inmuebles urbanos, inventarios o fincas rurales, normalmente ven ascender, en épocas de inflación, el valor de estos activos a ritmos superiores al de la inflación. Y ella, más allá de ciertos límites, estimula decisiones socialmente estériles. Y conduce a que el proceso de canalizar el ahorro del país hacia la inversión no se oriente en la dirección de las opciones más rentables desde el punto de vista social o económico, sino hacia la inversión fácil y especulativa. No se están viviendo tiempos fáciles en materia de inflación en el mundo. La revista The Economist pronosticaba no hace mucho, por ejemplo, que, antes de terminar el 2008, dos tercios de la humanidad estaría viviendo en ambientes inflacionarios de dos dígitos. Esta predicción la hizo la prestigiosa revista británica hace algunos meses, cuando el petróleo y los cereales que se transan internacionalmente habían alcanzado precios inimaginables. Durante las últimas semanas, los precios de uno y otros han comenzado a ceder, y quizás la proyección de la revista luzca al día de hoy un tanto catastrófica. Pero, de todas maneras, testimonia una gran preocupación, acaso la principal inquietud actual en todo el mundo: el riesgo de que los demonios de la inflación que habían estado relativamente adormecidos últimamente, vuelvan a despertarse. Por eso, el nerviosismo de todos los Bancos Centrales que, casi sin excepción, han venido elevando sus tasas de referencia en los últimos meses. Esta reacción no ha sido solamente del Banco de la República en Colombia. Para hablar solo del vecindario, igual estrategia han venido desplegando los Bancos Centrales de México, Brasil, Perú y Chile, entre otros. De allí que sonaran tan estridentes y desubicadas las increpaciones que el presidente Álvaro Uribe le hizo al Banco de la República cuando éste ajustó sus tasas por última vez. Reclamándole que por qué no escuchaba la voz del pueblo... como si el pueblo bien consultado fuera a opinar que sí querría carestía y escaladas inmoderadas de precios. No falta quienes argumentan de la siguiente manera: puesto que por el momento la mayoría de la inflación es de origen externo (alza del petróleo y de ciertos alimentos que importamos) ¿por qué interviene el Banco de la República? ¿Por qué compromete el crecimiento económico elevando las tasas de interés? Quienes así razonan olvidan que, si bien el origen inicial de un brote inflacionario puede tener raíces externas, si este no se contrarresta con medidas internas de carácter monetario y de moderación en las políticas de precios y salarios, puede convertirse fácilmente en expectativas inflacionarias generalizadas que terminen afectando a todos los sectores de la economía. Un brote externo inicial puede transformarse fácilmente en una espiral interna de precios, si no se contraataca oportunamente. De allí que sea comprensible que el Banco de la República actúe. Y que el Gobierno (en vez de buscar chivos expiatorios por los lados del Banco de la República, como lo hizo recientemente cuando salieron las malas cifras de empleo del mes de julio) se aplique a orientar una política cautelosa en materia de ajustes salariales y de los precios administrativos que maneja. Para que, de esta manera, se convierta en un aliado eficaz y no en un contradictor del Banco Central, en esta crucial tarea de mantener adormilados los malvados demonios de la inflación. '' Las personas acaudaladas que poseen bienes inmuebles urbanos, inventarios o fincas rurales normalmente ven ascender en épocas de inflación el valor de éstos activos a ritmos superiores al de la inflación. La inflación, más allá de ciertos límites, estimula decisiones socialmente estériles. Juan Camilo Restrepo, ex ministro de Hacienda. '' Con inflaciones altas, los pobres siempre salen más pobres y los ricos más ricos. No hay peor distribuidor de la riqueza que la inflación.WILABR
Finanzas
15 sept 2008 - 5:00 a. m.
Malvados demonios de la inflación
Más allá de la inflación anual acumulada a agosto de 2008 (6,74 por ciento), vale la pena reflexionar sobre lo que ha sido el comportamiento del índice de precios en el país durante la última década. Y sobre lo que sigue para adelante.
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