Unos amigos me regalaron de Navidad un libro electrónico, un acto tan generoso como insólito teniendo en cuenta que yo no celebro la Navidad y no tenía interés en los libros electrónicos. No voy a explicar aquí porqué no celebro la Navidad, pero los invito a repasar las imágenes de Haití a ver si los mitos de la religión resisten algún análisis. Lo que sí quiero explicar es por qué conjugo en pretérito imperfecto el verbo tener, cuando digo que no tenía interés en los libros electrónicos. Cualquier innovación tecnológica genera tal novelería en la gente que nubla su capacidad de analizar las virtudes del producto. Mis cálculos indican que de cada cien innovaciones que salen al mercado sólo vale la pena comprar una. Por eso prefiero que los demás gasten su tiempo y su plata en primera instancia, mientras se demuestra que un invento vale la pena. Así lo hice con el iPod: esperé un tiempo antes de lanzarme de cabeza, y ahora ya tengo material para escribir una novela. Pensaba hacer lo mismo con los libros electrónicos, cuando me llegó el regalo. ¿Qué iba a hacer yo con eso, cuando tengo decenas de libros haciendo fila al lado de mi mesa? La caja reposó intacta durante tres semanas, hasta que apareció el pretexto ideal: la urgencia. Quería leer una novela editada en Estados Unidos y tenía dos opciones: recurrir como siempre a Amazon, con la consabida espera de quince días y el inefable cuchillazo del funcionario de la Dian en el paquete, o lanzarme a explorar mi libro electrónico. Es un eReader de Sony, que tiene ventajas y desventajas frente al cacareado Kindle de Amazon. La principal ventaja es que tiene pantalla táctil, lo que permite escribir notas y subrayar directamente sobre el texto sin depender de un teclado. La mayor desventaja es que no tiene la opción de bajar los libros sin conectarse al computador, como el Kindle. Pero quien nunca ha tenido algo no lo echa de menos, así que conecté el aparato y compré mi primera novela electrónica. En ese momento empezaron a aparecer las deficiencias. Y no me refiero al brillo de la pantalla o a la supuesta falta de contraste entre el fondo y las letras, porque ambas cosas están bastante bien resueltas en el eReader. Me refiero a dos problemas más serios. Un libro electrónico no tiene carátula, ausencia inaudita para quien tenga una mínima sensibilidad estética y un ápice de fetichismo. Todos los libros importantes de mi vida tienen pegado el arte de sus carátulas en mi memoria. Quien sacrifica eso pierde tanto como lo que perdimos cuando desaparecieron las fastuosas carátulas de los discos de acetato. El segundo problema es que uno maneja el libro físico, mientras que el libro electrónico lo maneja a uno. Cuando uno hojea un libro físico está dimensionando los capítulos, calculando los tiempos de lectura y dejando marcas palpables aquí y allá. Las cosas no funcionan así en un libro electrónico: todo es bytes y caracteres. Y mi queja no es simple nostalgia: la manipulación física de un libro es una herramienta fundamental de la lectura con implicaciones cognitivas. La diferencia entre los dos medios es tan grande como la que hay entre viajar en un bus turístico y hacerlo en bicicleta: aunque el primero sea más eficiente, el segundo es mucho más sabroso.- Investigador Asociado de Fedesarrollo La diferencia entre los dos medios es tan grande como la que hay entre viajar en un bus turístico y hacerlo en bicicleta: aunque el primero sea más eficiente, el segundo es mucho más sabroso.ORLLOP
Finanzas
22 ene 2010 - 5:00 a. m.
Mi libro electrónico
Suena extraño hablar sobre una disputa por un segundo lugar. Pero es así. Japón y China están enfrascados en un cabeza a cabeza por ocupar el segundo escalón en el podio de las economías más grandes del mundo, detrás de Estados Unidos.
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