Este cambio refleja la transformación de un mundo que se ha convertido en un lugar mucho más interconectado, interdependiente y complejo, y que se caracteriza por varios nuevos participantes no estatales y estatales.
Hoy en día, si bien el efecto de la crisis parece estar disminuyendo, reina una atmósfera de complacencia, incluso aunque el proceso de recuperación siga siendo débil. La fuerza impulsora que requiere reformas integrales se ha atenuado y la compulsión por la cooperación internacional se ha debilitado, como se demostró recientemente en Copenhague.
A medida que aprendemos más lecciones de la crisis, se hace evidente que este año será sumamente difícil. Las prescripciones fiscales y monetarias implementadas para mitigar los sobresaltos económicos globales están alimentando ansiedades acerca de la creación de nuevas burbujas económicas.
Asimismo, los cambios demográficos, conductuales y tecnológicos vinculados con el colapso de la demanda global, combinados con la sobrecapacidad continua en varias industrias, están desafiando las presunciones básicas acerca de una incipiente recuperación.
Además, los riesgos globales, como el cambio climático, la proliferación nuclear y las pandemias, han alcanzado niveles de urgencia sin precedentes.
Si nos centramos solamente en el manejo de la crisis, continuaremos alimentando un espiral descendente. La negación de verdades desagradables o políticamente incorrectas, combinada con el instinto gregario, es lo que nos ha conducido a confiar en sistemas principalmente irrealistas e insostenibles.
Ciertamente, los momentos de crisis generan momentos de oportunidad para introducir mejores ideas e inyectar cambios positivos en el sistema global, al aprovechar el compromiso de todas las partes interesadas de la sociedad global.
Es evidente que el 2010 representa un momento crítico de la historia global y que la forma de gestionar nuestro futuro requiere, principalmente, que lo hagamos en el marco de una nueva forma de pensar nuestros valores, diseñar nuestros sistemas y construir nuestras instituciones.
Uno de los requisitos fundamentales en cuanto a una nueva forma de pensar nuestros valores es que no deben estar anclados únicamente en la responsabilidad social y la sostenibilidad ambiental, sino también en una mayor equidad.
El hecho de repensar nuestros valores aporta el fundamento para el rediseño necesario de nuestros sistemas y les permite adaptarse a las necesidades de la sociedad en el siglo XXI. Este rediseño debe tener lugar en todos los ámbitos, pero, especialmente, en el global, y debe comprender el marco necesario, por ejemplo, para los flujos financiero y comercial.
Estos esfuerzos de rediseño exigen una visión común, una innovación en colaboración y alianzas entre el sector público y el privado para lograr el éxito a largo plazo.
El hecho de repensar nuestros valores y rediseñar nuestros sistemas conduce, naturalmente, a la reconstrucción de nuestras instituciones, para hacerlas más proactivas y estratégicas, más inclusivas a fin de estimular un mayor compromiso de todas las partes interesadas, más reflexivas en cuanto a las nuevas estructuras geopolíticas y geoeconómicas, y más inclusivas en cuanto a la responsabilidad intergeneracional.
Los cimientos que estamos utilizando para construir el mundo posterior a la crisis pueden encontrarse en nuevos conceptos que se basan en un mayor compromiso ciudadano y en alianzas gubernamentales más sólidas con otros participantes no estatales. Debemos incorporar mucha más experiencia y muchos más conocimientos en nuestros procesos globales de toma de decisiones, utilizar nuestras redes sociales como una herramienta de fortalecimiento y aprovechar más eficazmente nuestro capital digital; asimismo, debemos escuchar con más atención a la próxima generación.
Si bien hay varias instituciones que se encuentran bien posicionadas para analizar aspectos específicos de los desafíos que debe enfrentar el mundo, ninguna se rige por el mandato de analizar la situación mundial de una manera integral y holística, ni tampoco cuenta con la variedad de partes interesadas y electores que le permitan realizar una tarea semejante de manera adecuada. Es evidente que, hoy en día, lo que el mundo más necesita es integración y cooperación. Nunca podremos superar los desafíos si trabajamos en forma individual. Debemos ir más allá de nuestras propias fronteras y construir vínculos con otras personas y organizaciones.
La base de cualquier progreso logrado en el complejo y veloz mundo del siglo XXI es la capacidad de comprender las motivaciones de las diversas partes interesadas de la sociedad y obtener conocimientos verdaderos de la naturaleza de los problemas.
Esto solamente puede lograrse por medio del diálogo entre los responsables de dar forma a la agenda global. Dicho discurso es el prerrequisito para un proceso sólido e inteligente de toma de decisiones. La Asamblea Anual de Davos contribuirá exclusivamente a facilitar la plataforma para un diálogo integral y auténtico al comienzo de cada año.