Es cuando la pobreza se convierte en un ancla mediática, en un bien de consumo cultural. El mundo de los pobres le produce temor a la ciudadanía que no es pobre, si bien hay excepciones casi angelicales. El mundo de los pobres es políticamente invisible, excepto cuando éstos se levantan y apedrean y saquean, y después son apaleados y masacrados y desaparecidos. La pobreza en masa se ha vuelto también un asunto de especialistas: el circuito de las multilaterales, Naciones Unidas, agencias gubernamentales y montones, montones de ONG. En Haití operaban, hasta el día del terremoto, más de 3.000 de ellas; comentaristas haitianos se referían a su país como la República de las ONG. En este mundo especializado hay seres humanos, muy valientes, muy dedicados, muy apostólicos. Y también hay, a tutiplén, mercachifles y traficantes y burócratas endurecidos. Entre tanto, el compromiso de los gobiernos y de la gente poderosa en el mundo de los no pobres para luchar seriamente contra la pobreza en gran escala, tiende a ser un compromiso débil y oportunista. Ante propuestas concretas para ayudar a los pobres y a la gente enferma, con frecuencia los gobiernos de los ricos se echan para atrás y se quedan en el terreno de las promesas abstractas, como la promesa de los donantes de llevar al 0,7 por ciento de su PIB la asistencia a las naciones pobres. En fin, la terrible realidad de la pobreza es, en tiempos normales, invisible a los ojos colectivos de la ciudadanía que se ha salvado de ella. Recordemos: en el propio Estados Unidos hay 40 millones de pobres de solemnidad y, entre ellos, 17 millones de personas en pobreza extrema, en situación de indigencia. Cuando el huracán Katrina arrasó a Nueva Orleans en el 2005, el mundo vio súbitamente a los pobres de esa región; se supo que el 30 por ciento de la población allí pertenecía al mundo de la pobreza: tres veces más que el índice nacional gringo. Se conoció, además, que el 40 por ciento de la población era analfabeta. Se advirtió que la ciudad no estaba preparada, en modo alguno, para enfrentar un Katrina: ¿Por qué? ¿Por falta de ciencia? ¿Por falta de tecnología? ¿Por falta de plata? No, claro. Por falta de interés y atención del establecimiento político ante las necesidades de una ciudadanía aplastada por la pobreza, la desigualdad, la discriminación racial. La gente de Haití no ha sido aplastada por el terremoto, sino por las consecuencias de la pobreza y de la falla absoluta del Estado haitiano: un Estado que sólo ofrecía el 10 por ciento de los servicios de educación y menos del 30 por ciento de los pésimos servicios de salud en la República de las ONG. Ahora, el mundo mira al pobre Haití, observa cómo el rescate inmediato se ha vuelto una algarabía, una ocupación militar, el comienzo de una nueva era haitiana: la era de la inevitable entrega total y formal de la gobernanza a la comunidad internacional. No sabemos hasta cuándo. Y no sabemos, tampoco, si dentro de algunos años, la nueva era logrará que la población haitiana sea más feliz que hoy. Mágico Haití. Para comprender la raíz histórica de la realidad haitiana, quizás el mejor instrumento sea la gran novela de Alejo Carpentier, El reino de este mundo. Tal vez lo real maravilloso sea más útil que las bitácoras académicas. LOPJUA
Finanzas
20 ene 2010 - 5:00 a. m.
Ojos que no ven
Una misteriosa paradoja de la pobreza en gran escala es la siguiente: quienes no somos pobres nos dolemos de la pobreza a nuestro alrededor, pero regularmente no la vemos. La pobreza se convierte en un concepto, en una noción. Desde hace un cuarto de siglo, de vez en cuando vemos en la televisión imágenes estremecedoras, como ahora en Haití.
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