Supongamos que esta situación ocurre: un ladrón se apodera de una suma de dinero en una tienda, muchas personas lo ven cometer el delito y es capturado in fraganti. Antes de ser atrapado, entrega su botín a un cómplice que desaparece. Esta es la verdad real.
El fiscal ordena su reclusión y se dispone a constituir la prueba que debe mostrar al juez de conocimiento. Como no encuentra la prueba, es decir, el dinero, entonces decreta la libertad del presunto delincuente y cierra el caso. Esta es la verdad procesal.
Al parecer, en el sistema judicial colombiano existen esas dos clases de verdades: la verdad real y la verdad procesal. Con el ejemplo anterior, le damos curso a ambas interpretaciones, pero existen los administradores públicos.
La verdad real consiste en que mucha gente sabe que un funcionario público ha cometido un acto corrupto: los indicios de su enriquecimiento son evidentes, todo el mundo sabe que salió de la pobreza de la noche a la mañana, además que sus antecedentes no le favorecen demasiado.
Llega el momento de las denuncias y los fiscales se preparan para la acción: pero no, no hay pruebas del enriquecimiento intempestivo, no han quedado rastros claros y objetivos que permitan enjuiciar al denunciado.
Ni los abogados acusadores se dan maña para dar las pruebas, ni los fiscales, ni los contralores se apresuran a buscarlas, porque más bien esperan que lleguen por milagro; los judiciales no se mueven de la oficina, la carga de la prueba queda en manos de los acusadores y, por muy indiscutible que sea la verdad, los fiscales se hacen de la 'oreja mocha'.
En consecuencia, la verdad real ha desaparecido, y lo que prevalece es la llamada verdad procesal, es decir, la exigencia de presentar una prueba evidente, inexpugnable, irrebatible. Como esa prueba ha sido escamoteada con la complicidad de terceros, entonces el presunto sindicado queda en libertad.
A los ojos de la verdad real la gente comenta por lo bajo que es un ladrón; a los ojos de la verdad procesal, es inocente y puede darse el lujo de caminar por las calles.
He aquí una somera radiografía de la impunidad colombiana. No importa la competencia de los abogados acusadores (o de su impaciencia y de su acoso), lo que cuenta es la verdad procesal cuya prueba no ha sido instruida.
Los maquiavélicos -una especie de políticos astutos y taimados- saben de antemano que las cosas judiciales tienen que manejarse en reserva; la discreción es su arma preferida; el secreto su mejor estrategia. Así pueden disimular la verdad real y concentrarse en hacer que la verdad procesal no prevalezca y que las pruebas se escondan por siglos de los siglos. Hasta que, en efecto, los absuelven.
jailop1@gmail.com
Finanzas
11 jun 2009 - 5:00 a. m.
La verdad real y la verdad procesal
Los maquiavélicos saben que las cosas judiciales tienen que manejarse en reserva; la discreción es su arma preferida; el secreto su mejor estrategia.
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