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Finanzas

22 ene 2010 - 5:00 a. m.

Recuperándose de las RUINAS

Los desastres naturales han sido motores de desarrollo y crecimientoeconómico a través de la historia; ¿podrá Haití levantarse de los escombros?

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22 ene 2010 - 5:00 a. m.

La tierra se estremeció. Se desataron incendios en toda la ciudad, el río se desbordó e inundó todas las elevaciones menores. Era el primero de noviembre de 1755 y, sin previo aviso, Lisboa, capital del imperio portugués, se convirtió en una tierra baldía. La catástrofe dejó sin vida a 15.000 personas y 17.000 de los 20.000 hogares de la ciudad fueron destruidos.

La escala de la catástrofe conmocionó al mundo occidental.

Requería una respuesta y una explicación. La ayuda llegó de muchos países, pero alcanzar un consenso sobre sus explicaciones resultó más difícil. Los clérigos de esa era de la Inquisición consideraron la calamidad como un acto divino. Los pensadores de moda la describieron como una bendición encubierta en la que todo resultaría mejor a la larga.

El filósofo francés Voltaire denunció ambas posturas. ¿Cabía esperar que un sobreviviente se sintiera consolado por el hecho de que "los herederos de quienes murieron aumentaran sus fortunas y los albañiles ganarán dinero reconstruyendo casas?"

Como Londres tras el gran incendio de 1666, otras ciudades habían sido reconstruidas, y frecuentemente mejoradas, tras pasados desastres. Pero Voltaire lo convirtió en un imperativo moral moderno. Una civilización digna de su nombre debería prestar una atención particular a los desastres, aprender de sus errores y poner la inteligencia, la ciencia y el altruismo al servicio de la construcción de un mundo más seguro. Ese era el proyecto de la modernidad. Lo que no esperaba era que Lisboa se alzara triunfante de los escombros.

Empleando el poder absoluto de la monarquía y recursos estatales, el Marqués de Pombal construyó una nueva metrópolis con edificios antisísmicos, amplias avenidas y un sistema de alcantarillado moderno. La lección fue clave y perduró por siglos: con la intervención correcta, las catástrofes constituían una oportunidad extraordinaria para realizar mejoras.

En efecto, a lo largo del tiempo, y notoriamente en Estados Unidos, los desastres urbanos se acabaron por entender como motores de desarrollo urbano y crecimiento económico. Los puritanos habían visto las calamidades como "correcciones" enviadas por Dios para llamar a los pecadores de nuevo al camino de la virtud. Pero los efectos materiales de la destrucción pronto se volvieron evidentes.

Después que un incendio arrasara gran parte de Boston en 1676, la ciudad aprovechó la destrucción para construir avenidas más anchas e implementar nuevas regulaciones antiincendio, que equiparon a la ciudad para una expansión comercial.

Con el establecimiento de redes de crédito, cobertura de seguros, nuevas tecnologías y sistemas de producción industrial en los dos siglos siguientes, la reconstrucción exitosa se volvió tan predecible que la noción de que los desastres son instrumentos de progreso se convirtió en hecho de la era moderna.

Cuando la mayor parte de Chicago se quemó en 1871, el influyente clérigo Henry Ward Beecher hizo la impactante declaración de que los estadounidenses "no podían permitirse no tener el incendio de Chicago". En las dos décadas siguientes, la ciudad se convirtió en la urbe de mayor crecimiento del Hemisferio Occidental.

Ganancia financiera

En 1906, un corresponsal de prensa se sorprendió tanto con el alza de los precios de las acciones tras la destrucción de San Francisco por incendios y terremotos que lanzó una investigación de lo que llamó "el mercado de las catástrofes". Lo que descubrió fue que los enormes proyectos de reconstrucción puestos en marcha tras los desastres ponían dinero en circulación, producían enormes ganancias para algunos y permitían la innovación económica que aumentaba la productividad.

Los desastres, parecía, eran buenos para los negocios en una economía capitalista dinámica. Pero en EE.UU., esta certeza se ha erosionado en los últimos años, a raíz de desastres como el del Huracán Katrina en 2005.

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