Por motivos de carácter familiar tuve la oportunidad de pasar algunos días en Quito, y gracias a ello, tener una impresión de primera mano acerca de la situación económica que están viviendo nuestros vecinos del sur, al cabo de cinco años de haberse subido al tren de la dolarización. Paradójicamente un gobierno absolutamente opuesto, desde el punto de vista ideológico, a todo aquello que tenga origen en o represente el imperialismo norteamericano, es el que aparentemente más se está beneficiando de dicha decisión, al punto de que no sólo no ha podido revertirla, sino que la ha consolidado y profundizado. El principal argumento en contra de una dolarización es la pérdida de autonomía en el manejo de las políticas monetaria y cambiaria. Sobre la veracidad de esta afirmación no cabe duda alguna. Lo que pasa es que los 'árboles no dejan ver el bosque', en el sentido de que esa pérdida o debilidad puede ser el costo frente a un objetivo superior como es recuperar la estabilidad perdida y la confianza en una nueva moneda, así esta sea de origen foráneo. En la realidad colombiana uno encuentra que el Banco de la República incide relativamente con sus decisiones en variables como el crecimiento de la masa monetaria, las tasas de interés y el tipo de cambio. Sin embargo, el margen de maniobra -producto de los vasos comunicantes propios de la globalización- es cada vez más estrecho y los efectos bastante precarios frente a lo que se supone sería deseable. Tal es el caso de las compras discrecionales de dólares por parte del Banco, las cuales, a gusto y opinión de los exportadores, terminan siendo insuficientes para contener las tendencias revaluacionistas. De la misma manera, la pausa en el proceso revaluacionista observado en las últimas semanas tiene origen en factores totalmente exógenos a decisiones de política interna. El verdadero riesgo de una dolarización está en la muy posible pérdida de competitividad frente al resto de las economías, cuando internamente se gesta un proceso de inflación patrocinado en un gasto público desmedido o en ineficiencias estructurales del aparato productivo. Si ninguna de estas dos calamidades se da, la pérdida de competitividad tampoco debe presentarse. Ecuador, a primera vista, ha logrado poner en cintura la inflación, y el costo de vida promedio es significativamente más bajo que en la mayoría de los países de la región. La famosa hamburguesa McDonald tiene un valor de US$4,50, en tanto que en Colombia es de $13.000, o sea un 50% más de este lado de la frontera. Lo mismo ocurre, y en proporciones similares, con el precio de los combustibles, los peajes urbanos e intermunicipales, el costo de los servicios públicos y muchos indicadores más. Por el contrario, el salario mínimo o básico (US$264) es prácticamente equivalente al que rige en Colombia, pero con un costo de vida promedio mayor para efectos nuestros. Otra comparación muy llamativa -ya no en el campo económico- es la del uso, o mejor abuso, de los medios propagandísticos para exaltar las bondades y logros del gobierno de turno. En esto, el Gobierno ecuatoriano es paradigmático, pero no tan personalizado como ocurre por ejemplo con el saliente gobernador de Antioquia, quien en materia de autobombo, les da sopa y seco a Chávez y Correa juntos. *Profesor f. de Economía, U. del Rosario gonzalo.palau@urosario.edu.co Gonzalo Palau Rivas* Error Imprimendo XML
Finanzas
19 dic 2011 - 5:00 a. m.
En el reino de la dolarización
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