Hay diferencia entre el instinto predator de los salvajes miembros de milicias rebeldes que violan a más de mil mujeres por día en el Congo y el de un hombre como Strauss-Kahn, quien hasta cuando fue detenido por la policia de Nueva York aparecía como parangón del refinamiento francés, miembro de las élites intelectuales, sociales, económicas y políticas, respetado profesor universitario y líder de una de las más importantes instituciones económicas del mundo. ¿Qué urgencia primitiva lo impulsó a cometer un acto que va a destruir todo lo que ha construido? Porque aunque se llegara a probar que se trata de una trampa, con seguridad perderá su trabajo, su carrera política, su matrimonio, su círculo social y su cátedra. Pero esta, al parecer, no es la primera vez que un hombre importante y poderoso no piensa con su cabeza. Recuerdo el escándalo en los EE. UU. cuando el hoy juez de la corte suprema, Clarence Thomas, fue acusado por una de sus subordinadas, Anita Hill, de acoso sexual. En ese caso, aunque habían suficientes pruebas de su culpa, Thomas fue exonerado y ella tuvo que sufrir las consecuencias de su valentia. Porque hay que ser valiente para denunciar públicamente un ataque sexual, más si el agresor es un hombre con algún poder. El riesgo es que la justicia ignore los hechos y, como Anita Hill, la mujer termine traumatizada por el ataque, desprestigiada, insultada y posiblemente sin trabajo. Las historias de abuso sexual podrían llenar varios libros: el cura, en un pueblo de Boyacá, que tocaba inapropiadamente a las jovencitas del colegio de monjas obligadas a ir a confesión; el dentista que atacaba a sus pacientes; el político que se jactaba de haberse "comido" a todas las secretarias que habian pasado por su despacho en el congreso, etc. Aparte de contar sus historias en un ejercicio de infructuosa expiación, ninguna de ellas denunció al atacante. Todavía hoy, me siento culpable de no haber acusado al director de una de las empresas de transporte de Bogotá cuando durante una entrevista en su oficina, salió inesperadamente de detrás de su escritorio, me levantó de la silla en donde estaba sentada, me empujó contra una pared y se me abalanzó, me tomó unos segundos darme cuenta de lo que ocurría y mucho esfuerzo empujarlo y escapar de allí. Decidí guardar un silencio que me ha pesado siempre. Pero seamos realistas: yo era una joven periodista sin experiencia y el tipo era un conocido político en ascenso, cercano al alcalde y amigo de los dueños del medio donde yo trabajaba. ¿Quién iba a creerme? Él lo negaria o diría que yo lo había provocado. Opté por no arriesgar mi carrera. En Francia Strauss-Kahn es bien conocido por su interés en mujeres diferentes a su esposa. "Una debilidad bien conocida por la prensa pero que nadie menciona", según el New York Times. Este nuevo hecho aberrante dará lugar a muchos análisis sobre la naturaleza humana y las razones por las cuales algunos hombres actúan como animales. Para mí hay una razón simple: esos hombres quizá lo han hecho antes, sin consecuencia. ¿Hasta cuándo el silencio? cecilrodriguez@aol.com HELGON
Finanzas
19 may 2011 - 5:00 a. m.
Silencio cómplice
Aunque nadie más estaba en la habitación cuando ocurrió y los detalles no están muy claros aún, no he dejado de pensar en los cambios que un momento de locura puede producir en la vida de tantos; esto, si 'locura' es la palabra para definir lo que motivó al director del FMI y potencial candidato a la presidencia de Francia a atacar sexualmente a una camarera.
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