¿Cuál es el problema con el equipo de béisbol de los Yanquis de Nueva York? ¿Cómo pueden cometer tal injusticia con un gerente tan grande como Joe Torre? Stephen MacMillan, Boston Puesto que vamos a discutir su perspectiva en algunos párrafos, iniciaremos nuestra columna señalando los puntos en que estamos de acuerdo. En primer lugar, estamos totalmente de acuerdo con su punto de vista sobre los Yanquis de Nueva York, el equipo de béisbol norteamericano que es amado y odiado en igual medida. Durante sus 12 años como gerente del equipo, Torre ayudó a los Yanquis a ganar la Serie Mundial en cuatro ocasiones. Pero el equipo no ha ganado un campeonato desde el 2000. Eso hizo que George Steinbrenner, dueño del equipo, decidiera no mantener a Torre en la nómina ahora que debía renovarse su contrato. Al final, Torre decidió renunciar la semana pasada. El dueño del equipo merece el galardón a la parte posterior de un caballo por la manera en que lidió con el contrato de Torre. Basta considerar, por ejemplo, la desagradable e inhumana declaración de Steinbrenner: Gane o se tendrá que ir publicada en periódicos locales. Esa declaración fue formulada antes de la serie de playoffs de los Yanquis contra los Indios de Cleveland. ¡Muy desagradable! En segundo lugar, estamos totalmente de acuerdo en que Torre es un astro. ¿Quién otro puede alardear de haber obtenido cuatro Series Mundiales y 12 apariciones en postemporada? También se trata de un ser humano de primera clase, de gran integridad y de buen corazón. Pero, ¿recibió Torre un tratamiento injusto por parte de los Yanquis? De ninguna manera. Muy razonable, diríamos. La oferta refleja con precisión la dinámica del competitivo mercado laboral. Con un salario básico de cinco millones de dólares, Torre sigue siendo el gerente de equipo de béisbol con el más alto ingreso. Y la bonificación de un millón de dólares por cada serie de playoff ganada refleja las prioridades del propietario. Y finalmente, si los Yanquis ganan la Serie Mundial en el 2008, Torre hubiese recibido ocho millones de dólares, más del doble que cualquier otro gerente deportivo. Ciertamente, usted puede debatir si los Yanquis usaron la métrica correcta al evaluar el desempeño de Torre, pues la suerte puede desempeñar un papel en una corta serie de playoff. Pero cuando se examina la situación con sobriedad, no puede calificarse el acuerdo con Torre de algo injusto, insultante o cruel. Pero aquí radica el problema. El acuerdo con Torre no fue negociado a la clara luz del día. Fue negociado bajo los focos del escrutinio periodístico. Debido a ese factor, fue víctima de una dinámica demasiado común en cualquier industria, no solo la deportiva, ya se trate de béisbol, cricket o fútbol. Cuando las negociaciones se hacen públicas, la racionalidad desaparece e ingresan aspectos emocionales. Los acuerdos se transforman. En lugar de soluciones para todo el mundo, se convierten en luchas a muerte entre gladiadores. Al final, un bando proclama la victoria y el otro queda como un perdedor humillado. Ejemplos de ese fenómeno destructivo abundan en los negocios. Prevalecen especialmente en las negociaciones laborales, que casi siempre son divulgadas por la prensa. Por ejemplo, la disputa en el contrato de 34.000 trabajadores del tránsito de Nueva York, en el 2005, fue como una obra teatral sobre la Pasión de Cristo. El alcalde Michael Bloomberg acusó al sindicato de estar integrado por matones y el liderazgo del gremio se negó a acatar órdenes de los tribunales. Finalmente, como siempre pasa, los adversarios se sentaron a la mesa de negociaciones y llegaron a un acuerdo. Es importante señalar, sin embargo, que el evento se concretó solo después de que ambas partes firmaron un convenio para no hablar con la prensa. Pero eso no solo ocurre en acuerdos laborales. Toda vez que una adquisición se hace pública, los compradores que compiten pueden adquirir actitudes estrambóticas. De repente, ya no se trata de comprar una empresa a un precio razonable. Se trata de declarar un ganador y un perdedor. El resultado: un pago excesivo por la adquisición, en ocasiones, a un grado que resulta ridículo. De manera similar, la cobertura de prensa puede realmente afectar contratos caros. Por ejemplo, las aerolíneas descuellan en la tarea de enfrentar a compañías cuando intentan adquirir nuevas aeronaves. El ganador de la orden tal vez pueda celebrar los titulares en periódicos especializados en negocios, pero invariablemente, tiene que pasar varios años tratando de recuperar márgenes de ganancia con la venta de repuestos y de servicio. Lo que queremos decir es esto: algunos de los acuerdos menos sensatos y más desafortunados que conocemos se han llevado a cabo porque las personas involucradas sentían que debían salvar su cara ante un mundo que los contemplaba. Y ponemos la situación con Torre en medio de esa categoría. Una vez más, lo respetamos inmensamente, pero creemos que dejó que la atención pública lo hiciera abandonar su racionalidad la semana pasada, reemplazándola con sentimientos de orgullo y de desafío. Es muy difícil echarle la culpa. Él es solo un ser humano. Para nosotros, el propietario de los Yanquis comenzó el lío con la prensa, con sus atroces amenazas públicas y burlas. Lamentablemente, la saga de Torre ha terminado. Los Yanquis han perdido a un gran gerente y el gerente ha perdido un gran trabajo. Pero la lección de esos eventos no debe ser soslayada por los empresarios. Cuando se trate de negociaciones, hay que realizarlas con calma, con rapidez, y en privado. Inclusive si ese enfoque parece que costará más. Al final, vale la pena. Jack y Suzy Welch son autores del libro Winning. Pueden enviarles preguntas al correo electrónico Winning@nytimes.com. Cuando las negociaciones se hacen públicas, la racionalidad desaparece e ingresan aspectos emocionales. Los acuerdos se transforman. En lugar de soluciones para todos, se convierten en luchas a muerte.
Finanzas
27 oct 2007 - 5:00 a. m.
Cuando un trato injusto no es tan injusto
Cuando un trato injusto no es tan injusto
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