Con la velocidad que imponen los medios electrónicos se creía que el género epistolar estaba en franco desuso. Puede ser válido para asuntos sentimentales (ya nadie enamora por carta), pero no en relación con los asuntos públicos. Buen ejemplo es la sesuda carta que hace unos días le enviaron al presidente Santos los presidentes de la Corte Suprema de Justicia y del Consejo de Estado, la señora Fiscal General y el señor Procurador General, pidiéndole la intervención urgente y oportuna sobre lo que era ya inminente: la aprobación a pupitrazo limpio en primera vuelta de una reforma a la justicia que no toca los asuntos esenciales que interesan al ciudadano y a la que se le fueron agregando toda clase de propuestas -muchas de corta duración- que tenían que ver con otras materias como la Silla Vacía, y hasta el fuero penal militar, cuyo tratamiento debe ser objeto de un debate especializado. Muy juiciosas todas las observaciones de la cúpula judicial -por razones obvias, con excepción de la Corte Constitucional, que luego tendrá que revisar la reforma- producto de la experiencia y del conocimiento especializado de los temas. A diferencia del coronel de la obra de Gabo, aquí lo que ocurrió fue que los magistrados no tuvieron quién les contestara. El Jefe del Estado se limitó a decirles que se habían equivocado de destinatario y que han debido enviarla al Congreso. Con razón la periodista Cecilia Orozco, en su columna de El Espectador, ha señalado que dado nuestro sólido régimen presidencial, todos los colombianos saben que es el Primer Magistrado, quien 'marca la pauta' en el parlamento. Eso ha sido así en los últimos años, pues cada vez es menos clara la separación de poderes. Por esa misma razón, los estudiantes no le pidieron al Congreso que se abstuviera de tramitar la reforma a la educación, sino al Gobierno que la retirara. Y tuvieron éxito. Estos dos hechos deberían llevarnos, de un lado, a reflexionar sobre nuestro régimen político. Ya decía el Artículo 16 de la Declaración de los Derechos en Francia en 1789, que una sociedad en la cual no estuviesen garantizados los derechos de los ciudadanos y la separación de los poderes, "carecía de Constitución". ¿Hasta qué punto ese presidencialismo concentrado le está haciendo daño a nuestro sistema político? Vale la pena hacerse elegir congresista sólo para seguir los derroteros que señale el Ejecutivo de turno? ¿Por qué el presupuesto no es objeto de amplio debate en el parlamento como en otras latitudes? De otro lado, algo debía decirle al Gobierno el hecho de que quienes, con excepción de sus ministros y congresistas, magistrados, ex magistrados, Fiscal, Procurador, periodistas, académicos y columnistas, han señalado la necesidad de madurar más la reforma y no seguir, como ha sido la tendencia en estos 20 años, cambiando la Constitución a la carrera y casi que al azar. No es suficiente decir que en la segunda vuelta se enmendarán los entuertos, pues lo que ha ocurrido en el pasado es que en este trámite otra vez vuelven a imponerse las mayorías. Alfonso Gómez Méndez Jurista - Político gomezgomezabogados@cable.net.co
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23 dic 2011 - 5:00 a. m.
A veces llegan cartas...
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