El principal argumento para vender la paz ha sido que no debemos seguir gastando en seguridad y defensa. Podríamos, entonces, disponer de una parte sustancial de los 330 millones de dólares presupuestados para el 2017. El dividendo por la paz sostiene que tendremos muchos más recursos para salud, educación, justicia y bienestar de la población. Dado que el país está en paz, no se justifica seguir dilapidando tantos recursos en áreas estériles como las Fuerzas Armadas.
Este argumento, hábilmente utilizado por el gobierno, es una falacia. Primero porque la guerra sigue contra el Eln, los reductos de las Farc y las múltiples bandas criminales. La paz no es una realidad y no sabemos cuántos años más necesitaremos unas fuerzas militares con capacidad de acción interna. La segunda falacia es que el gasto en defensa y seguridad es por esencia negativo. La seguridad, como bien lo demostró el gobierno de Álvaro Uribe, es indispensable para atraer inversión y generar crecimiento económico.
Pero, lo que es cierto es que vamos a requerir unas fuerzas de seguridad interna y externa diferentes a las que tenemos en la actualidad. Es evidente que el pie de fuerza debe reducirse. Para evitar lo que aconteció en Centroamérica, luego de los procesos de paz, será necesario incrementar la capacidad de la policía para enfrentar el inevitable aumento de la criminalidad urbana. Menos militares y más policías es una evolución inevitable.
Al mismo tiempo, hay que mantener la capacidad operacional de las tres fuerzas militares, lo que exigirá personal mucho más formado que utilice, de manera eficiente, tecnología cada vez más sofisticada y, por lo tanto, costosa. Para defender nuestra soberanía en las fronteras por tierra, mar y aire, la tecnología es la respuesta. Menos hombres no quiere decir menor capacidad de acción. Pero en el corto plazo será necesario reducir el número de incorporados, transformar los centros de formación de oficiales y suboficiales y fortalecer la inteligencia de las amenazas externas.
El gobierno Santos ha ido indicando que la época de las ‘vacas gordas’ para las Fuerzas Militares quedaron atrás. Todos los países que superan las amenazas para su estabilidad entran en esa etapa. Por lo general, se traduce en serios problemas, pues el ajuste implica asumir los costos pensionales y de salud –cada vez más altos–, la venta de activos y la disminución de la importancia de las Fuerzas Armadas en la sociedad. La experiencia internacional demuestra que con menos presupuesto la capacidad operacional se resiente y se va perdiendo. Es el caso de los ejércitos europeos y del estadounidense a finales del siglo pasado, cuando la caída del Muro de Berlín relajó el esfuerzo presupuestal.
El largo periodo de amenaza interna a las instituciones tuvo como resultado que el país se dotara de unas fuerzas militares muy superiores a nuestro nivel de desarrollo. La nueva fase va a requerir cambios fuertes, que serán difíciles de aceptar por muchos de los que están acostumbrados a esa forma de vida particular.
El papel del sector de defensa en una sociedad en paz es muy diferente y va a exigir repensar los procesos de formación, entrenamiento y promoción. Esta será la fase de reingeniería organizacional más importante de la historia de Colombia. Ojalá no perdamos más tiempo en prepararlo.
Miguel Gómez Martínez
Asesor económico y empresarial
migomahu@hotmail.com
El gasto en defensa
El papel del sector de defensa en una sociedad en paz es muy diferente y va a exigir repensar los procesos de formación, entrenamiento y promoción.
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