A comienzos del siglo XX, Pablo Picasso se propuso ser el pintor moderno por excelencia. En 1907, cuando tenía 26 años, se empeñó en darle un viraje radical a las manifestaciones del arte y la pintura de la época. En Las Damiselas de Avignon, una composición que muestra cinco prostitutas desnudas en diversas poses, Picasso rompe con el realismo, prefigura el cubismo que lo hará famoso, y se consolida como un referente en su disciplina. Esta obra se expuso por primera vez en París en 1916 y luego el artista la guardó en su estudio hasta que la vendió a Jacques Doucet, para ser exhibida de nuevo en 1925. La apoteosis llegó sólo en 1988, al ser expuesta junto con 18 bocetos y estudios que sumaban cerca de quinientos ítems, en el Museo Picasso del barrio Le Marais.
Leyendo sobre el tema me encontré un dato maravilloso. Resulta que Géry Pieret, un joven belga, novio de Apollinaire, y amigo personal de Picasso, a pesar de ser talentoso en diversas disciplinas, decidió dedicarse a robar como oficio principal. Y en dicha tarea, se robó del Louvre dos esculturas ibéricas, una cabeza de hombre y otra de mujer, que luego le regaló a Picasso. Para Pieret este era un objetivo noble, además de un desafío por lograr algo que consideraba raro y a la vez difícil, que requería coraje e imaginación.
Pieret contaría luego que entró al museo en aquella ocasión sin la intención de llevarse las dos esculturas, pero al ingresar se percató de la ausencia de vigilancia y de manera particular en la sección de antigüedades. Esta versión resulta poco creíble, según el historiador John Richardson. Todo indica que la tarea del belga estaba perfectamente planeada, entre otras razones, por el tamaño y peso de las obras.
Cuando se conocieron los hechos, incluso Apollinaire pasó un tiempo breve en la cárcel por cuenta de Pieret, pero tuvo a bien exculpar a Picasso quien, una vez hizo uso de las piezas, las escondió junto con alguna basura en una alacena.
El caso es que Picasso recibió las dos cabezas primitivas sin reparos y de manera singular las utilizó como fuente de inspiración para los rasgos más prominentes y característicos de dos de sus damiselas y, en adelante, de muchas de las formas faciales de sus pinturas.
Picasso puso tanta obsesión en la obra, que incluso Las Damiselas terminaron ganando el pulso de amor que el autor planteó con Fernande Olivier, su amante de la época, con quien tuvo una hija adoptiva por un tiempo. El oficio y su impulso vital como pintor pudo más que su relación amorosa.
No hay rastro que indique la existencia de algún dilema en Picasso ni mucho menos en Pieret por quedarse con las esculturas. Al fin y al cabo, un museo extranjero como el Louvre había recibido piezas robadas sin ningún derecho moral sobre obras provenientes de España, mientras que el pintor por lo menos daba buen uso de las mismas.
Sin esa picardía, o dicho de manera más dramática, sin ese crimen, quizás el modernismo en el arte no hubiese sido lo mismo. A veces, vaya paradoja, hasta lo más bajo alimenta la nobleza de la posteridad.
Jaime Bermúdez
Excanciller de Colombia
ajaimebermu@gmail.com
El ladrón del Louvre
No hay rastro que indique la existencia de algún dilema en Picasso ni mucho menos en Pieret por quedarse con las esculturas.
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