¿Quién perdió a China? Este clamor surgió en Estados Unidos después de la victoria de Mao Zedong en la guerra civil de China en 1949. Era una pregunta extraña. ¿Cuándo fue China propiedad de EE. UU.? Extraño o no, este clamor ayudó a los republicanos a ganar el poder en 1952 y promovió el ascenso del senador Joseph McCarthy, cuya política tenía similitudes con las de Donald Trump.
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En particular, ambos han proferido acusaciones de que el Gobierno estadounidense está infestado de traidores. En el caso del senador, el blanco era el Departamento de Estado; en el de Trump, es el Buró Federal de Investigaciones, FBI. #
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La pregunta actual es: ¿quién perdió a EE. UU.? ¿Y se perdió para siempre? Nadie, por supuesto, es dueño de EE. UU., aparte de los estadounidenses. Sin embargo, para los occidentales y para muchos otros, EE. UU. representaba algo tan atractivo que parecía ser “nuestro”; el garante no sólo de su propia libertad y prosperidad, sino de la de cientos de millones de otras personas.
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A mi padre, un refugiado en el Reino Unido proveniente de Austria antes de la Segunda Guerra Mundial, no le cabía duda alguna. EE. UU. era el bastión de la democracia. Había salvado a Europa de caer en las dictaduras nazis o comunistas. Como periodista y documentalista, él estaba consciente de sus errores. Pero EE. UU. no era solamente un gran poder cualquiera; encarnaba las causas de la democracia, de la libertad y del estado de derecho.
Esto hizo que mi padre fuera intensamente proestadounidense. Yo heredé esta actitud. En el mundo de la posguerra, la política estadounidense contaba con cuatro atractivas características: tenía atrayentes valores centrales; era leal a los aliados que compartían esos valores; creía en los mercados abiertos y competitivos; y sustentaba esos mercados con reglas institucionalizadas.
Este sistema siempre fue incompleto e imperfecto. Pero era un enfoque muy original y atractivo para el asunto de gobernar el mundo. Para aquellos que creían que la humanidad debía trascender sus insignificantes diferencias, estos principios eran un comienzo.
Sin embargo, actualmente el presidente de EE. UU. parece ser hostil hacia los valores fundamentales de la democracia, de la libertad y del estado de derecho estadounidenses; él no siente lealtad hacia los aliados; él rechaza los mercados abiertos; y él desprecia las instituciones internacionales. Trump cree que el ‘poder hace el derecho’.
El presidente chino Xi Jinping y el presidente ruso Vladimir Putin tienen poder. Él los admira. La canciller alemana Angela Merkel y la primera ministra británica Theresa May son mujeres decentes que intentan liderar las democracias. Él las abusa.
Entonces, ¿por qué Trump está en el poder? La respuesta se encuentra en una falla política que EE. UU. pudiera ser incapaz de superar. El ascenso de Trump es, parcialmente, un accidente, pero no solamente es un accidente.
El ascenso de China y el imprevisto impacto de la globalización han afectado profundamente la visión de EE. UU. acerca de sí mismo y de su papel global. Una ansiedad que se extiende desde la izquierda hasta la derecha ha reemplazado a la confiada euforia del “momento unipolar” posterior a la guerra fría. EE. UU. ya no se considera a sí mismo tan dominante ni considera al mundo tan amigable.
Puede que Trump sea un proteccionista abierto. Pero Hillary Clinton no era una defensora del comercio liberal. La opinión de Trump de que el resto del mundo se ha aprovechado de EE. UU. es ampliamente compartida. En un país que ha sucumbido ante las ideas proteccionistas, no es tan sorprendente que el proteccionista haya ganado. De nuevo, una vez que surgió la ansiedad en relación con China, un nacionalista representaba la elección natural.
Sin embargo, algo aún más importante está suce diendo. La característica sobresaliente de la economía estadounidense es que, a pesar de sus singulares virtudes, recientemente ha servido a la mayoría de su gente tan inadecuadamente.
La distribución del ingreso es excepcionalmente desigual. Las tasas de participación en la fuerza laboral por parte de los adultos en edad de máximo rendimiento son extraordinariamente bajas. Los ingresos disponibles reales medios de los hogares son los mismos que los de hace dos décadas, mientras que los ingresos medios son mucho más altos. De una manera singular, las tasas de mortalidad de los adultos blancos (no hispanos) de mediana edad han aumentado en EE. UU. desde el año 2000.
A Trump le encanta tuitear acerca de su asombro ante cada escándalo terrorista de alto perfil en Europa. Pero, en 2016, sólo hubo 5.000 asesinatos en la Unión Europea (UE), una proporción de uno por cada 100.000 personas (incluyendo los ataques terroristas). En EE. UU., hubo 17.250 asesinatos, una proporción cinco veces mayor. Trump pudiera comenzar a preocuparse por eso.
La mala condición de tantos estadounidenses se debe, en parte, a una política plutocrática: una implacable y sistemática devoción a los intereses de los extremadamente ricos. Como lo he argumentado antes, una política de bajos impuestos, de bajo gasto social y de alta desigualdad es sostenible en una democracia de sufragio universal sólo con una mezcla de propaganda a favor de la economía “de goteo”, dividiendo a los menos favorecidos a lo largo de líneas culturales y raciales, manipulando implacablemente la circunscripción electoral y con una total supresión de votantes. Todo esto, de hecho, ha sucedido.
Éstas son las políticas del ‘plutopopulismo’ o de ‘codicia y agravio’. Ellas han resultado increíblemente exitosas en hacer que los republicanos sean atractivos para muchos en la clase trabajadora de raza blanca. Los sesgos estructurales en la votación también son notables.
En las últimas tres elecciones a la Cámara de Representantes, los demócratas necesitaron, en promedio, un 20% más de votantes que los republicanos para ganar un escaño. Los republicanos también han ganado la presidencia dos veces durante las últimas dos décadas a pesar de haber perdido el voto popular.
Trump es el resultado lógico de una política que sirve a los intereses de la plutocracia. Él les da a los ricos lo que desean, mientras que ofrece el nacionalismo y el proteccionismo que la base republicana desea.
Es una combinación brillante (aunque no planificada), encarnada en una carismática personalidad que ofrece validación a sus seguidores más apasionados. ¿El proteccionismo de Trump beneficiará de alguna manera a muchos dentro de su base? No. Pero, ante sus ojos, él es un verdadero líder, al fin.
¿Quién perdió ‘nuestro’ Estados Unidos? La respuesta viene de la mano de la élite estadounidense, particularmente la republicana. Trump es el precio de los recortes de impuestos para los multimillonarios. Ellos sembraron el viento; el mundo está cosechando el torbellino. ¿Debiéramos esperar que el antiguo EE. UU. regrese? No hasta que alguien encuentre una forma más políticamente exitosa de satisfacer las necesidades y ansiedades de la gente común.