De los últimos dos presidentes del Partido de los Trabajadores de Brasil (PT), uno ha sido encarcelado y el otro acusado. Mientras el partido busca recuperar el poder en el país que gobernó durante 14 años, ha hecho una nueva promesa, hacer a ‘Brasil feliz de nuevo’.
El lema tiene ecos de ‘Hacer a EE. UU. grande otra vez’ de Donald Trump y apela a un sentimiento de desencanto similar con el estatus quo político.
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Las encuestas muestran constantemente una insatisfacción generalizada de los 147 millones de votantes brasileños con la clase política. Los ciudadanos han sido bombardeados con historias de corrupción de la investigación Lava Jato y sacudidos por el aumento del crimen.
Con las campañas oficiales programadas que comenzaron esta semana, las elecciones de octubre en Brasil probablemente se encuentren entre las más impredecibles que ha tenido el país en años.
Y aunque al menos cinco candidatos de todo el espectro político tienen posibilidades de ser victoriosos, los votantes tienen pocas opciones de un cambio real.
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Las fuerzas políticas establecidas como el PT dominan la contienda. Incluso Jair Bolsonaro, el excapitán del ejército y populista que se considera un favorito y que se ha presentado como un candidato independiente del sistema dirigente, ha sido miembro del Congreso desde la década de 1990.
“Al votante no le gusta lo que ve, pero no sabe a dónde ir”, afirma Creomar de Souza, profesor de política de la Universidad Católica de Brasilia.
En medio de las crecientes preocupaciones sobre la resiliencia de las instituciones democráticas de Brasil, las elecciones marcan un momento importante para la economía más grande de América Latina. Si el próximo Presidente no puede o no quiere implementar reformas fiscales para frenar el déficit presupuestario descontrolado de Brasil, una recuperación débil podría perder impulso y llevar al país nuevamente a la recesión, según algunos economistas.
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Luiz Inácio Lula da Silva, - el gran líder del PT quien fue encarcelado por cargos de corrupción en abril - lidera las encuestas, y se espera que el tribunal electoral le prohíba participar en las elecciones. Su partido eligió la semana pasada a Fernando Haddad, abogado, economista y ex alcalde de São Paulo, como candidato para reemplazarlo.
Haddad está aprovechando la continua popularidad del hombre que sacó a millones de personas de la pobreza como presidente durante dos períodos desde 2003 hasta 2010.
Eurasia Group prevé que “el candidato del PT tendrá una muy buena oportunidad de obtener la mayor parte del voto izquierdista y de los votantes que favorecen a Lula da Silva, dándole el impulso que necesita para participar en la elección de segunda vuelta”.
Con aproximadamente ocho de cada 10 mujeres votantes indecisas o con la intención de emitir votos nulos, Lula da Silva eligió a Manuela D’Ávila para correr junto a Haddad. Ella es una joven legisladora del Partido Comunista Brasileño que apareció en público con Lula da Silva antes de su encarcelamiento y ha criticado regularmente la sentencia en su contra.
Bolsonaro está en el extremo opuesto del espectro político. El candidato de extrema derecha tiene un pequeño partido, el Partido Social Liberal (PSL), y ha luchado por encontrar a un posible vicepresidente. En última instancia, Bolsonaro no sorprendió a nadie al elegir un militar. Su compañero de fórmula, el general Hamilton Mourão, ha dicho que Brasil heredó su “indolencia” de sus pueblos indígenas y su “engaño” de sus inmigrantes africanos.
En otro guiño a su base, Eduardo, un legislador e hijo de Bolsonaro, recientemente tuiteó una foto suya junto a Steve Bannon en Nueva York, diciendo que el exconsejero de Trump es un “entusiasta” de la campaña presidencial.
El mensaje duro de Bolsonaro sobre el crimen, que es similar a otro franco líder inconformista, el presidente Rodrigo Duterte de Filipinas, ha tocado la fibra sensible entre los votantes educados de la clase media hartos de los altos niveles de delincuencia. Él tiene un fuerte seguimiento en las redes sociales y entusiastas seguidores.
Pero no ha podido formar la coalición que necesita para obtener acceso a más fondos de campaña, a una red de partidos más amplia y a tiempo de emisión de campaña gratuito, el cual se asigna en proporción a la cantidad de legisladores que tiene un partido. Esto puede hacer que sea más difícil para él transmitir su mensaje en todo Brasil, lo cual es un elemento crucial en una carrera apretada.
En ese frente, el mayor ganador en las últimas semanas ha sido Geraldo Alckmin, el candidato pro mercado del PSDB. El exgobernador de São Paulo eligió a Ana Amélia Lemos, una senadora conservadora vinculada al poderoso grupo de presión agrícola, como su compañera de fórmula en un intento por atraer a algunos votantes que se inclinan por Bolsonaro.
Alckmin no tuvo buenos resultados en las primeras encuestas, pero ahora ha obtenido el respaldo de un poderoso bloque centrista, superando al centroizquierda Ciro Gomes.
Esto le permitiría varios minutos de tiempo de emisión gratuito por día contra los escasos segundos de Bolsonaro en un país donde 62% de los brasileños recopilan información electoral de la televisión, según una encuesta de CNI/Ibope.
Aun así, “Alckmin necesita convencer a los votantes de que no representa el estatus quo”, considera Sergio Fausto de la Fundación Fernando Henrique Cardoso.
Esto es un importante desafío, ya que su mensaje parece similar al de José Antonio Meade, el candidato centrista que acabó en un distante tercer lugar en las elecciones de julio que se celebraron en México.
A pesar de su reputación como político establecido y los escándalos de corrupción de su partido, Alckmin - al igual que Haddad - tiene una maquinaria electoral que puede resultar muy poderosa. Esto les da fuerza a ambos en la primera ronda de las elecciones.
Por otro lado está la candidata vinculada a la tendencia ecologista, Marina Silva, en el que es su tercer intento en una carrera presidencial, ha tenido un buen desempeño en las encuestas, pero tiene un partido pequeño y, por lo tanto, se considera que sus posibilidades de seguir adelante son remotas.
Andres Schipani