Si el camino al infierno está empedrado de buenas intenciones, recientemente tomó un desvío kafkiano a través del Tribunal Federal de Brasil TF4. Allí, el 24 de enero, un panel de tres jueces ratificó la condena del expresidente Luiz Inácio Lula da Silva por cargos de corrupción.
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La decisión, la más reciente derivada de la enorme investigación anticorrupción en el país que ha repercutido en toda América Latina y ha manchado a los líderes desde Argentina hasta México, abrió el campo para las elecciones presidenciales de Brasil.
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A pesar de presidir un Gobierno de dos mandatos que incluso uno de sus ministros describió como el más corrupto de la historia de Brasil, el exjefe del Partido de los Trabajadores (PT) es el principal candidato para ganar las elecciones de octubre.
Pero la decisión podría impedir efectivamente que el ícono izquierdista se postule. Como Lula da Silva dice que hará campaña de todos modos, el resultado es caótico. “Lula es nuestro candidato. No hay Plan B”, prometió Gleisi Hoffmann, actual jefa del PT.
Otros dramas igualmente emocionantes se desarrollarán en América Latina este año. En una alineación notable de calendarios electorales, seis países — incluyendo los más poblados, Brasil, México y Colombia, más el régimen socialista de Venezuela — celebrarán elecciones presidenciales. Sin embargo, lejos de ser celebraciones de la democracia, las elecciones serán la prueba más grande de la fortaleza democrática de la región desde las transiciones de las dictaduras.
Los comicios se celebran en un momento de furia popular suscitada por las investigaciones sobre corrupción. Estas investigaciones han llevado ante la justicia a personajes previamente intocables. Tan solo en Brasil, el actual presidente, Michel Temer, cuatro expresidentes y 100 políticos federales están en la cárcel o bajo investigación.
Pero las revelaciones de escándalos financieros también han enfurecido a los ciudadanos, han debilitado su fe en las instituciones y han desestabilizado sistemas políticos, sin brindar soluciones sobre cómo enmendar la situación. Si las campañas presidenciales de 2016 reformaron la política estadounidense, en 2018 podría suceder lo mismo en América Latina.
Los populistas, aprovechando la ira popular, acechan la región. En Colombia, donde la corrupción es una preocupación de primer orden, los escándalos han inquietado a los votantes que ya estaban nerviosos después de un acuerdo de paz el año pasado. Dos exlíderes guerrilleros incluso se postularán para la presidencia en junio, algo sin precedentes para un país que ha pasado 50 años combatiéndolos. El caos hiperinflacionario en Venezuela aumenta el nerviosismo.
El siguiente en el calendario es México, donde el inconformista de izquierda Andrés Manuel López Obrador, un nacionalista que quiere erradicar la corrupción pero que cree que Fidel Castro es un héroe, encabeza las encuestas antes de las elecciones de julio.
Y para agravar la incertidumbre tenemos al presidente de EE. UU., Donald Trump, quien amenaza con construir un muro y ponerle fin al TLCAN. “México enfrenta una tormenta perfecta”, afirma Jorge Castañeda, un exministro de Relaciones Exteriores.
En cuanto a Brasil, está Jair Bolsonaro, un congresista de derecha y excapitán del ejército quien cree que la propiedad de armas de fuego debería ser generalizada y que los niños homosexuales se pueden ‘curar’ a golpes. Haciendo su campaña como el ‘anti-Lula’, marcha en segundo lugar en las encuestas. “Hay un vacío de esperanza, una sensación de infelicidad”, se lamenta Fernando Henrique Cardoso, el expresidente. “Es un desastre”.
Para finales de año, dos de cada tres latinoamericanos — de países que producen US$4 billones de producción económica — tendrán nuevos presidentes. Costa Rica y Paraguay tienen elecciones. Venezuela, en impago de unos US$60.000 millones en bonos internacionales, celebrará lo que promete ser una elección falsa, programada para el 22 de abril. (EE. UU., gran parte de América Latina y Europa dicen que no reconocerán el resultado). Incluso Cuba comunista tendrá un nuevo presidente cuando Raúl Castro renuncie el 19 de abril, la primera vez en 60 años en que un Castro no ha ocupado el cargo.
Hay paralelos con el reordenamiento político en los países desarrollados. Los partidos tradicionales se están desintegrando, las personas ajenas a la política están forzando el cambio y la ira popular amenaza con reescribir el orden constitucional. Según Latinobarómetro, una encuestadora, sólo 53% de los latinoamericanos creen que la democracia es el mejor sistema de gobierno. Sólo uno de cada siete confía en sus conciudadanos. Éstas son las lecturas más bajas en más de una década. Semejante inquietud ocurre en democracias importantes como Brasil o Colombia; es dos veces mayor en Cuba y Venezuela, que tienen Gobiernos autoritarios.
Incluso antes de la sacudida global de esta semana, los mercados han estado volátiles. “El riesgo político es clave”, destaca Fitch, la agencia de calificación.
“Hay grandes riesgos económicos y políticos para América Latina en 2018”, agrega Marcos Buscaglia de Alberdi Partners, una boutique de inversión.
Sin embargo, a pesar de la hiperventilación política y la cobertura de las apuestas por parte de los inversionistas, en los últimos dos años se ha visto un cambio en América Latina. Esta región que casi definió el populismo ha estado rechazando su canto de sirena, incluso en momentos en que EE. UU. y Europa parecieron abrazarla.
Después de una década de gobiernos izquierdistas a menudo corruptos, los centristas más pragmáticos llegaron al poder en Brasil, Argentina, Chile y Perú. Con la ayuda de políticas más ortodoxas, las economías sudamericanas, golpeadas por el final del auge de los precios de los productos básicos, comenzaron a recuperarse de largas recesiones. Los mercados se entusiasmaron. Entre finales de 2015 y 2017, el índice MSCI de acciones latinoamericanas aumentó en más de un 50%.
Desde entonces, sin embargo, los ánimos se han agriado. El epicentro de la tristeza radica en la investigación anticorrupción de Brasil, llamada Lava Jato, sobre sobornos en la petrolera estatal Petrobras. Impulsada por la presión de la sociedad civil y encabezada por un poder judicial independiente — a diferencia de las purgas impulsadas por motivos políticos en China, Rusia o Arabia Saudita — Lava Jato es probablemente la investigación de corrupción más grande de América Latina. También mostró que el enfoque consensuado o ‘arco iris’ de Brasil hacia la política y la diplomacia, tantas veces promocionado por Lula da Silva, estaba comprado.
Lava Jato generó otras investigaciones, particularmente de Odebrecht. Odebrecht, una compañía constructora brasileña con proyectos multimillonarios en América Latina y África, administraba lo que el departamento de justicia de EE. UU. calificó como el mayor esquema de sobornos extranjero del mundo. Desde entonces, se han presentado cargos contra los expresidentes de Argentina y Panamá; dos expresidentes de Perú y el actual presidente; el exvicepresidente de Ecuador; y ambas partes en la última campaña electoral de Colombia.
Una excepción notable en este notable pase de lista es México, y no porque el Partido Revolucionario Institucional sea intachable, sino porque el presidente Enrique Peña Nieto ha realizado sólo esfuerzos simbólicos para combatir la corrupción. En diciembre, la Cámara de Diputados votó para hacer ilegal que los ciudadanos publiquen acusaciones en línea si las acusaciones pueden dañar la credibilidad del objetivo, incluso si son ciertas.
Purgar la corrupción — la promesa formulada por la investigación brasileña y otras investigaciones — sería un beneficio innegable para América Latina. La corrupción y la captura del Estado van de la mano con la delincuencia violenta y, en una región con las tasas de homicidios más altas del mundo, ese flagelo cuesta alrededor del 3% del producto interno bruto, lo cual supone unos US$236.000 millones al año, según el Banco Interamericano de Desarrollo.
Pero la purga anticorrupción también ha tenido un alto costo. Los escándalos congelaron la inversión, retrasaron la recuperación, destruyeron el orden político y polarizaron a los votantes que ya estaban furiosos por la recesión y cerraron los servicios públicos.
Las redes sociales han avivado el descontento. América Latina, según la consultoría ComScore, pasa proporcionalmente más tiempo de internet en las redes sociales que cualquier otra región. Desde el exterior, los grupos de solidaridad internacional se han movilizado para apoyar a los izquierdistas asediados, como Lula da Silva. También hay preocupaciones de que Rusia pueda provocar problemas después de su presunta interferencia en las elecciones estadounidenses y el voto de independencia de Cataluña.
“Si Rusia realmente quiere dañar a EE. UU. y debilitar el orden mundial occidental, las elecciones en México ofrecen un objetivo gratificante y vulnerable”, destaca Shannon O'Neil, del Consejo de Relaciones Exteriores, un grupo de estudio estadounidense. “Ningún otro país influye tanto como su vecino del sur y la inteligencia rusa tiene una larga historia en la nación azteca desde la guerra fría”.
Para fines de 2018, la región sabrá si su campaña anticorrupción es una señal de que sus democracias se están fortaleciendo o si les han asestado un golpe fatal.
Las primeras señales son inquietantes. En Honduras, en medio de acusaciones de que altos funcionarios tienen vínculos con el narcotráfico, el expresidente Juan Orlando Hernández fue restituido el mes pasado para un segundo mandato después de unas elecciones muy disputadas que provocaron disturbios y dejaron más de 30 muertos.
Pero también es demasiado pronto para saber qué podría suceder en otros países. A juzgar por los mercados, los cuales buscan ponerles precio a las tendencias, también puede que no salga todo mal. Después de fuertes caídas del año pasado, las bolsas de valores de América Latina han salido adelante, ayudadas por un repunte más amplio en los mercados emergentes, mientras que las monedas se han recuperado. También hasta ahora, su respuesta a la liquidación global ha sido moderada.
En Brasil, pueden surgir candidatos más moderados a medida que se desvanezcan las figuras polarizadoras. En México, las empresas han buscado consuelo en el historial de López Obrador como alcalde de la Ciudad de México, donde contrató al exalcalde de Nueva York Rudy Giuliani para ayudar a erradicar el crimen y a Carlos Slim, para reconstruir el centro de la ciudad. Al mismo tiempo, el candidato de centroderecha Ricardo Anaya Cortés le pisa los talones en los sondeos, y Trump ha suavizado sus ataques al TLCAN.
Mientras tanto Colombia puede girar a la izquierda, pero con Venezuela como vecina, es poco probable que elija a un extremista.
La visión optimista es que el maratón de elecciones de este año profundice la democracia en América Latina, permitiendo que continúe la promesa de la escisión de la corrupción encabezada por Brasil. La pesimista es que esta cirugía, aunque es necesaria, puede matar al paciente.
“Me inclino a pensar que la campaña anticorrupción muestra las fortalezas democráticas de la región”, dice Alejandro Salas, director regional de Transparencia Internacional. Este año se probará esa teoría.