Se está haciendo difícil imaginar peores desastres que tengan como epicentro la Casa Blanca de Trump. Ahora lo último es la situación de colocar unilateralmente por parte de Estados Unidos, un arancel de 25 por ciento al acero y al aluminio que se importa. Esto claramente trata de proteger la ineficiencia de los productores locales, a la vez que traslada el costo adicional a los consumidores.
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Al respecto, ahora a principios de abril de 2018, lo ha hecho ver Christine Lagarde (1956 -) la Directora Gerente del Fondo Monetario Internacional (FMI) en una guerra comercial mundial, “los que perderán indiscutiblemente serán los pobres". Pero, lamentablemente, no sólo eso. También tenderá a acrecentarse el debilitamiento de las producciones de las principales economías del mundo. Ya sean estas de Europa que trata de dejar la depresión económico, o Japón, o China, o bien el mismo Estados Unidos.
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Trump es el típico ejemplo de lo que es un populista, en este caso de derecha, ultra-conservador, alguien a quien sólo su prepotencia muestra ser superior a su ignorancia. Para algo debe servirnos la historia. A principios de los años treinta, más precisamente el 17 de junio de 1930, entró en vigor la ley Hawley-Smoot, la que constituyó la segunda más alta elevación de aranceles llevada a cabo en la historia de Estados Unidos.
En ese país, la más alta elevación de aranceles contra productos importados había sido en 1828. Sin embargo es de notar que para 1930, el país se había constituido ya en el principal mercado de importación y exportación del mundo.
Ante las decisiones de junio de 1930, las represalias comerciales no se hicieron esperar y los principales socios comerciales europeos y Canadá, elevaron a su vez los aranceles a productos importados de Estados Unidos en un 30 por ciento. Con ello, como se previó, se estancó el comercio mundial, bajaron las tasas de crecimiento en los diferentes países y se profundizó la crisis de 1929; el desempleo y la falta de oportunidades para grandes conglomerados sociales fue una realidad cotidiana.
Esto es exactamente el riesgo que ahora se tiene. En la próxima reunión del G-20, de las principales economías desarrolladas y emergentes del planeta, se tratará de hacer entrar en razón al jefe en Washington. Como en general ocurre con él, no se sabe. Trump toma decisiones con criterios antojadizos; Trump constituye un auténtico caso de “dado al aire” por no decir de incompetencia permanente.
Aquí el populismo estaría dado por medidas que se anuncian y que se creen son favorables para la mayoría de la población. Son medidas populares pero dañinas en el mediano o largo plazo. Son medidas que no tienden a la sostenibilidad, ni al beneficio conjunto de los intereses de los actores en juego. Se trata de lo opuesto a que es necesario realizar: medidas que al principio suenan impopulares, pero que son beneficiosas, que puedan desembocar en desarrollo sostenible, en el bien común. Pero para esto se requiere formar consensos, de tener conceptos claros y de estrategias. Se requiere de hombres y mujeres de Estado. Algo cuya oferta es escasísima por estos días en la Casa Blanca.
Giovanni E. Reyes
Profesor titular y director de la Maestría en Dirección de la Universidad del Rosario.
Especial para Portafolio.co