El sistema establecido de política exterior en Washington ha experimentado muchas emociones desde la cumbre Trump-Putin en Helsinki: incredulidad, miedo, ira. Pero la emoción más predominante es un profundo sentimiento de humillación. Todos presenciamos cómo el presidente de Estados Unidos se humilló a sí mismo en un escenario internacional, mientras que el presidente ruso lo miraba, sonriendo.
Para Vladimir Putin, infligir este tipo de vergüenza a EE. UU. es profundamente satisfactorio. La cosmovisión del presidente ruso se basa en la idea de que el Occidente debilitó y humilló deliberadamente a Rusia durante décadas. Para Putin, es hora de tomar represalias.
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Actualmente visitar Moscú es como ingresar a un salón de espejos en el que cada acto de agresión rusa se refleja como una respuesta necesaria a la supuesta agresión occidental.
En EE. UU. y el Reino Unido, Rusia es vista como un Estado violento que anexó a Crimea y libró una guerra no declarada en el este de Ucrania. La respuesta rusa es que los aliados occidentales han cometido mayores actos de agresión en Irak y Libia y que han amenazado directamente a Rusia al expandir la alianza de la Otan hasta sus fronteras.
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La anexión rusa de Crimea se ha presentado como una medida defensiva en Moscú, diseñada en parte para asegurar que la base de la armada rusa en Sebastopol nunca reciba naves de la Otan.
¿Y la acusación de que Rusia ha subvertido la democracia estadounidense? La respuesta putinista (más allá de una negación pro forma) es que EE. UU. ha intentado durante mucho tiempo subvertir el sistema político ruso. Putin nunca perdonó a Hillary Clinton por apoyar públicamente a las protestas contra él en Moscú en 2011-2012, y tal vez eso lo haya inspirado a trabajar en contra la candidata presidencial demócrata en las elecciones estadounidenses de 2016.
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Visto desde Londres o Washington, uno de los aspectos más escalofriantes de la Rusia de Putin es la forma en que respalda la violencia, desde Ucrania hasta el Reino Unido, y luego miente sistemáticamente al respecto. Discutir esta táctica con la Rusia oficial es difícil, ya que nunca reconocerá que está mintiendo.
Pero, leyendo entre líneas, la defensa putinista tiene dos aspectos: primero, que el Occidente miente también; segundo, que Rusia está bajo asedio y que el engaño y la mentira son un mecanismo de defensa necesario.
En ese sentido, la línea oficial rusa sobre los asuntos mundiales es a la vez completamente cínica y absolutamente sincera. El Gobierno ruso está en el negocio de propagar mentiras sobre su propio comportamiento y el mundo en general.
Pero cree sinceramente que estas mentiras se justifican como parte de una campaña más amplia contra la deshonestidad y la agresión occidentales.
La misma combinación de cinismo y sinceridad se aplica a la conducta personal de los funcionarios. Una visión de Putin y su círculo íntimo es que sus motivos son totalmente veniales. Como me dijo un amigo ruso: “Lo único que realmente los molesta es que alguien se interponga entre ellos y el cajero automático”.
Sin embargo, aunque la corrupción es profunda en Rusia, eso no significa que Putin y sus asesores no sean también genuinos nacionalistas.
Como resultado, Rusia y Occidente pueden observar los mismos eventos y pensar que están sucediendo cosas diferentes. Reconocí este fenómeno cuando estaba viendo el partido entre Inglaterra y Colombia durante la Copa Mundial en un bar en Rusia. Cuando el equipo de Inglaterra fue otorgado un penal y varios jugadores colombianos fueron amonestados, me pareció apropiado y justo.
Para los fanáticos colombianos que estaban a mi alrededor, esos mismos eventos comprobaron que el partido estaba arreglado y que el árbitro estaba predispuesto en su contra.
De manera similar, mi punto de vista es que Rusia ha intervenido violentamente en Ucrania, ha derribado un avión civil y ha envenado a personas en Gran Bretaña, lo cual ha resultado en sanciones económicas contra el país. Los rusos ven los mismos eventos y concluyen que las sanciones económicas son una prueba más de la arraigada rusofobia del Occidente.
Reconocer estas diferencias de punto de vista no debe resultar en sucumbir al relativismo total. Putin y sus acólitos no tienen razón cuando argumentan que todos los reveses del Estado ruso desde 1991 son el resultado de complots occidentales. Los países que se unieron a la Otan después del final de la guerra fría lo hicieron por su propia voluntad porque tenían un profundo temor de Rusia, basado en su propia historia reciente.
Los manifestantes que tomaron las calles de Moscú en 2011-12 no fueron títeres de Estados Unidos. Eran verdaderos rusos con verdaderas quejas. Del mismo modo, el caos económico y político en Rusia en la década de 1990 no fue “impuesto a Rusia por Occidente”, como afirma la ideología putinista. Surgió por el colapso del sistema soviético y los errores posteriores del Gobierno ruso.
Pero actualmente el sistema democrático estadounidense - triunfante en 1989 - se encuentra en graves problemas. Rusia, mientras tanto, está siendo tratada nuevamente como una superpotencia igual a EE. UU. por un presidente estadounidense.
Por todo esto, para Putin es un momento de dulce venganza. Para los liberales estadounidenses, por su parte, debería ser motivo de reflexión. Gran parte de lo que ha salido mal en la Rusia de Putin proviene de su incapacidad para lidiar con problemas internos, más que de los complots y agresiones del Occidente.
Actualmente, es tentador para los liberales estadounidenses culpar a Rusia por la pesadilla de la presidencia Donald Trump. Pero los problemas reales, en ambos países, comienzan en casa.
CHINA DEBERÍA TENER TEMOR POR TRUMP
El miércoles, Europa pasó de ser un “enemigo” de EE. UU. a ser un “gran amigo”. El próximo lunes las cosas podrían ser distintas. O quizás Europa seguirá gozando del favor de Donald Trump. El único que puede decirlo es Trump, pero creo que el cese del fuego se mantendrá. A Trump le encantan los aplausos y el acuerdo con Bruselas le valió una ovación transatlántica.
Sin embargo, las perspectivas comerciales para China se han oscurecido. La presión de Trump ahora tendría el respaldo de los europeos y la comunidad empresarial. Ambos han abogado en favor de una presión combinada; también comparten la preocupación por la transferencia de tecnología y a ninguno le gusta el plan ‘Hecho en China 2025’ de Xi Jinping, pues pretende tomar la delantera en el sector de la inteligencia artificial.
Existen tres fuerzas que conspiran para empeorar las relaciones entre EE. UU. y China. La primera es la política, pues conforme se acercan las elecciones legislativas estadounidenses, aumentará la tentación de provocar alarmismo con China.
La segunda es la geopolítica, ya que Trump necesitaba la ayuda de China durante sus primeros 18 meses para presionar a Corea del Norte. Asimismo, China está en el lado equivocado de la política de Trump hacia Irán.
La tercera es la falta de flexibilidad; las quejas de Trump sobre Europa son exageradas e hipócritas, Pero contra China tiene argumentos mucho más sólidos. La postura de Pekín puede ser ideológica y y eso hace que sus objetivos sean innegociables. ¿Están EE. UU. y China destinados a chocar? No. Pero cada vez es más fácil imaginarlo.
Gideon Rachman