De manera paralela, el país y el mundo seguían rehenes de una intensa y por momentos absurda polémica que está siendo controlada por las extremas de los partidos demócrata y republicano.
Los legisladores de derecha, en su mayoría nuevos republicanos que fueron electos en las pasadas elecciones de noviembre de 2010 bajo la bandera del llamado Tea Party, se resisten a cualquier compromiso que permita elevar el techo de la deuda estadounidense y así evitar el llamado “default” en el que Washington incurriría si no logra un consenso a partir de este 2 de agosto.
Al punto de desafiar al liderazgo de su propio partido, que se ve frágil e incapaz de hablar con una sola voz.
Y por el lado demócrata, los congresistas de izquierda se oponen a cualquier arreglo que reduzca el gasto en programas estatales como el Seguro Social, que consideran “intocables”.
Y el problema es que sin sus votos, está quedando difícil producir un compromiso que sobreviva el trámite bien sea en la Cámara de Representantes, que controlan los republicanos o en el Senado, donde hay ascendencia demócrata.
Tanto el presidente Barack Obama, como el Speaker del Congreso, John Boehner, han intentado poner en línea a sus lugartenientes sin que hasta ahora lo hayan logrado.
El ejemplo más fehaciente del incierto panorama sucedió este jueves en la noche cuando Boehner fue incapaz de reunir los votos que necesitaba para aprobar un plan que el mismo redactó, en teoría teniendo en cuenta los clamores del partido que exigen profundos recortes en el déficit como precondición para aumentar el techo de la deuda.
Bajo el plan de Boehner, primero se harían recortes al gasto por 917 mil millones de dólares y luego se subiría el techo de la deuda en 900 mil millones. Ese aumento del techo, solo sería suficiente para financiar las obligaciones del gobierno por unos 6 meses. Paralelamente, se crearía una comisión de 12 miembros del Congreso que se encargaría de identificar nuevos recortes al gasto (hasta 1.8 billones de dólares). Si Obama acepta estos recortes, entonces se elevaría el techo nuevamente para financiar las obligaciones del gobierno hasta el año 2013.
Pero la extrema derecha cree que no son suficientes los recortes y, además, tampoco aceptan que se eleve el techo pues eso no reduciría el déficit fiscal, que es lo que más les preocupa. Y la oposición es radical. Al punto de que está cimentada en la “orientación divina”.
A la salida de una reunión con Boehner en la que el Speaker intentó convencerlo de apoyar el plan, el legislador de Carolina del Sur, Tim Scott, dijo que seguiría diciendo NO, pues Dios ya le ha dado instrucciones. Y de allí se fue a la Capilla del Congreso a rezar.
Igual de arbitraria es la posición de Michelle Bachmann, candidata a la nominación del partido republicano y consentida del Tea Party. Para esta, no es cierto que EE. UU. perdería credibilidad o se generarían efectos significativos en la economía si el país entra en “default”. Eso, a pesar de que la Reserva Federal, el Departamento del Tesoro y todas las calificadoras de riesgo han advertido que las consecuencias del incumplimiento serían catastróficas no solo para EE. UU. sino el mundo.
Este viernes, Boehner seguía intentado reunir los votos –cediendo en algunas de las pretensiones de los miembros del Tea Party-. Pero aún si logrará aprobar su plan en la plenaria, el Senado de mayoría demócrata ya anunció que “mataría” el proyecto de inmediato pues es inadmisible para su base.
La queja central, y en eso está con la Casa Blanca, es la extensión del techo por solo seis meses. Obama y los demócratas creen que es una maniobra política para mantener viva esta polémica durante lo que resta del año y el 2012, cuando se realizarán elecciones legislativas y presidenciales.
Además, alegan, un elevamiento parcial, no despejaría la incertidumbre que reina en los mercados y expondría al país al castigo de las calificadoras de riesgo, que podrían bajar la nota de EE.UU., hasta ahora sostenida en AAA.
Para sumar, la extrema izquierda se opone a los recortes previstos, incluso los que ya aceptó Obama, pues les resta a programas que benefician a los más pobres como subsidios, pensiones y cubrimiento de salud.
La mayoría demócrata del Senado ya tiene listo su propio plan, que presentarían después de tumbar el proyecto de la Cámara –si es que pasa- o si estos no logran ponerse de acuerdo. El plan es una variación del propuesto por Boehner que reduciría el gasto en la misma proporción y sacando de los mismos programas (917 mil millones), pero añade otros 900 mil millones en recortes que salen de los gastos previstos para las guerras de Irak y Afganistán, bajo el supuesto de que esta factura se irá reduciendo en los próximos diez años.
Lo más importante es que expande el techo de la deuda hasta el 2103, en contraste con el plan Boehner, que solo lo hace por seis meses.
Los republicanos, y aquí si no solo los del Tea Party, se oponen a esa ampliación y consideran que la plata que se dejaría de gastar en las guerras no puede ser sumada como recorte al gasto o al déficit pues un dinero aún no comprometido.
Y dado que los republicanos controlan la Cámara, estos derrotarían a su vez el plan del Senado, si es que este es aprobado en la plenaria. Lo cual es incierto pues los demócratas requieren de 60 votos para evitar un bloqueo y solo tienen 51. Es decir, necesitan de nueve republicanos que aún no aparecen.
En otras palabras, siguen en tablas. La mayoría de los analistas cree que el impasse solo se resolverá en el último minuto y cuando los líderes de ambos partidos acepten que tendrán que ceder y sacrificar a sectores de su colectividad, por más impopular que suene.
Eso quiere decir que Boehner pondría los votos de los conservadores moderados, Obama y los demócratas los de centro y se dejaría en oposición a las extremas, que votarían en contra pero sin los sufragios suficientes para detener el proyecto.
SERGIO GÓMEZ MASERI
Corresponsal de EL TIEMPO
Washington