Alejandra está bajo la sombra que da su escaparate, en la ribera del río Táchira, y junto a sus dos pequeños hijos come de una pequeña olla arroz, pasta y un trozo de carne. Una cucharada para cada uno, un pedacito de carne para cada uno.
Están llenos de tierra, cansados y sudados por el calor de los 35 grados centígrados del medio día de la frontera entre Colombia y Venezuela, en La Parada, barrio de Villa del Rosario. “Alejandra, así sin apellido” dice, se decide a contar su historia. Una de las miles que narran los colombianos que huyen de Venezuela por las medidas de Nicolás Maduro. (Lea también: Maduro descarta que se reabra la frontera a corto plazo)
Entonces cuenta que fue deportada por ser colombiana a pesar de que su pareja y sus dos hijos son venezolanos. Vivían en la invasión Mi Pequeña Barinas desde hace siete años, “Él es guardia”, dice.
Alejandra cruzó el río Táchira con sus dos hijos en la mañana del lunes y se refugió en la casa de sus hermanos en La Parada. En la mañana de ayer fue hasta el puente Simón Bolívar con los dos niños para hablar con su pareja, quien estaba de servicio al otro lado de la frontera.
La dejaron pasar sola, habló con un general y su pareja. “La solución que dio el general para que me pudiera quedar fue que él se casara conmigo pero mi pareja dijo que no”, afirma Alejandra.
Sabiendo que sus hijos estaban en la línea fronteriza en medio del puente, la pareja de Alejandra trató de pasar para apoderarse de los niños pero la policía colombiana le impidió cruzar la línea limítrofe.
Entonces ella se fue para la orilla del río, junto a los dos pequeños, a cuidar los enseres que sus hermanos le están ayudando a pasar a través del afluente. Tiene la fortuna de tener familia justo al otro lado de la frontera pero con tristeza dice que de un momento para otro perdió su casa y a su pareja. (¿Por qué hay líos para colombianos en frontera venezolana?)
Quienes no tienen esa fortuna son Emil Mendoza, su pareja y sus tres pequeños hijos, quienes acostados en una cama, que ya trajeron desde San Antonio, y con una sábana como techo, no tienen adonde ir ni familiares cercanos. Los primeros días les tocó dormir en el piso, pero en la tarde del lunes trajeron el mueble y ya pudieron dormir en ella.
Emil afirma que se vino para San Antonio desde hace ocho años desde La Pacha, un pueblo de Bolívar, huyendo de la violencia. En Venezuela vivían de los fritos que cocinaban y vendían con su esposa.
“No tengo nada. Quiero irme para mi pueblo, el gobierno colombiano nos dice que nos dan la plata de los pasajes pero yo no dejo mis cosas, me tocará quedarme en Cúcuta”, asegura Emil mientras los niños juegan con la mascota, una tortuga grande que se mueve pesadamente por la tierra.
Clara, una cucuteña de 65 años, también está cuidando sus pertenencias al lado del río. “Esto parece el juicio final. Hasta los hombres lloran de tristeza”, dice en medio de las lágrimas, mientras ve a su perro jugar con la tierra.
Lo que se ve a la orilla del río Táchira del lado colombiano no son solamente lágrimas de personas que creyeron estar haciendo un futuro, así fuera humilde, sino también desesperanza, tristeza, impotencia y abandono por haber sido desalojados como delincuentes e indeseables de un país que creyeron que ya era suyo.
Vivían en Venezuela porque el arriendo de su rancho, cuenta Zenayda Vargas, otra deportada, costaba 30.000 pesos mensuales, la luz 3.000 y el agua 1.000 pesos al año.
La vida de estos colombianos ha sido un continuo comenzar. Como les tocará de nuevo. Golpeados por la violencia, las condiciones económicas, o desastres naturales tuvieron que emigrar. No es nuevo para ellos. Lloran desconsolados pero en unos días tendrán que hacer lo que siempre han hecho: trabajar duro y rehacer sus vidas, es lo que dicen.
Mientras tanto, seguirán viendo pasar por la trocha las filas interminables de hombres, mujeres y niños que van y vuelven con neveras, lavadoras, estufas, colchones, tanques de agua, mascotas, tejas, ollas, comida y todo lo que eran sus vidas.
Por ahora, están agradecidos por la ayuda de las autoridades colombianas. No les ha faltado comida ni bebida, la gente de La Parada les colabora con agua, comida, les prestan los baños. La policía los ayuda a pasar las cosas por el río, vigila y en camiones de la institución les ayuda a transportar los enseres a los que tienen para donde llevárselos. Los otros, esperan en la playa a que el gobierno colombiano los lleve para un sitio con sus pocas pertenencias, sus perros y sus tortugas, y su poca suerte en la vida que les ha tocado vivir.
Dormirán este martes en la noche al lado del río, verán el amanecer y sabrán si el gobierno venezolano les sigue dejar pasando sus cositas.
DISMINUYEN LAS DEPORTACIONES
En el día de ayer disminuyó el número de deportados colombianos desde Venezuela, según cifras de la cancillería se han atendido 1.071 personas (830 adultos y 241 menores) desde el viernes pasado, quienes son atendidos en cinco albergues en Cúcuta y Villa del Rosario. (Parlamento venezolano aprueba estado de excepción)
El ministerio de Relaciones Exteriores aseguró que estás personas tienen garantizada la alimentación y necesidades básicas.
Pedro Vargas Núñez.
Cúcuta