Me preocupa nuestra patria. El resultado del plebiscito dice mucho de nuestra sociedad hoy.
Con sus imperfecciones y sapos, el acuerdo suscrito entre el gobierno y las Farc representa una oportunidad de seguir construyendo nuestro país de una manera diferente. No se trata tanto del rol que tengan las Farc en las determinaciones políticas a futuro –que, en mi opinión, será mínimo, ya que la sociedad no dejará de verlos como victimarios–, sino sobre cómo se definen las políticas públicas a futuro, especialmente frente a lo rural.
Como a muchos, no me gustaron las campañas ni a favor ni en contra del acuerdo. La primera, por sobrada, y porque muchos líderes políticos no hicieron su tarea de divulgación y promoción con suficiente contundencia, sobre todo en algunas regiones.
En el caso del ‘No’, por vergonzosa y efectiva: una estrategia de desinformación que logró generar rabia y temor entre los votantes, al mejor estilo ‘Brexit’ y Trump.
En el fondo, la diferencia que marcó los resultados la puso un elector vergonzante que en las encuestas decía que ‘Sí’, pero frente a la urna prefirió no tomar riesgos y votar por el No, privilegiando su statu quo, incluso a costa de un entorno más pacífico, y olvidando la otra Colombia, la de la pobreza extrema y la marginalidad.
Y eso quedó claro en la radiografía del país del ‘Sí’ y el del ‘No’. El ‘Sí’ pidiendo, desde los territorios más golpeados por el conflicto y la pobreza, una mayor inclusión; y el ‘No’, ignorando ese otro país y privilegiando lo que llamé, en un artículo anterior en este mismo medio, la ‘Calma chicha’.
Por eso, la solución estructural de país va a requerir, en el mediano y largo plazo, una terapia de diván que nos integre como sociedad. Por ahora, sin embargo, hay que superar el síndrome del conflicto, que ha sido la mejor excusa para no cambiar nada, y de manera urgente salvar los acuerdos con las Farc y lograr otros con el Eln.
Resulta indispensable salvaguardar el acuerdo logrado. Dado que el reclamo principal, el explícito, está relacionado con el balance de justicia y la participación en política de las Farc, los esfuerzos deberían concentrarse en eso exclusivamente. Si ese es el verdadero meollo del asunto, no se requieren meses para resolverlo.
Pero me temo que hay algo más que tiene que ver con los acuerdos agrarios. Tema sobre el que la gran mayoría de los votantes tanto del ‘Sí’ como del ‘No’, en su mayoría urbanos, no tuvieron mayor conciencia al depositar su voto, pero donde hay muchos intereses en juego.
La meta de los tres millones de hectáreas del fondo de tierras no es difícil de alcanzar con voluntad política, y no requiere acudir al fantasma de las expropiaciones. De pronto, el meollo está más en la meta teóricamente inocua de formalizar 7 millones de hectáreas de predios privados a sus dueños legítimos bajo el marco legal actual. No formalizar es perpetuar el conflicto, y es un deber del Estado con o sin acuerdo.
Los acuerdos de tierras y los demás elementos contenidos en el punto 1 cambian la manera como se desarrolla la política agropecuaria, llevándonos a un agro más moderno e incluyente que el actual, y ayudando a integrar una sola Colombia.
Juan Lucas Restrepo I.
Director Ejecutivo Corpoica
@jlucasrestrepo
columnista
Las dos Colombias
Con sus imperfecciones y sapos, el acuerdo suscrito entre el gobierno y las Farc representa una oportunidad para nuestro país.
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Juan Lucas Restrepo Ibiza
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