Hay incógnitas que poco a poco dejan de serlo. Un ejemplo es la relación entre la felicidad y el dinero, que durante años pareció una cuestión indescifrable y sin sentido, pero que los científicos han ido esclareciendo acumulando estudios y nuevas evidencias.
Ahora, tres economistas dieron otro paso adelante con un experimento natural: se fijaron en la felicidad de miles de suecos después de ganar la lotería. ¿Nos hacen felices 100.000 euros caídos del cielo? La respuesta es que sí, al menos en cierto sentido:
Los ganadores de la lotería estaban más satisfechos con su vida que el resto de la gente. "La riqueza aumenta la satisfacción con la vida a largo plazo", dice David Cesarini, profesor de la Universidad de Nueva York y uno de los autores del estudio.
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Hace años que sabemos que existe una conexión entre riqueza y bienestar subjetivo. En los países más ricos las personas declaran una mayor satisfacción, y dentro de cada país observamos lo mismo: que la gente con dinero está más satisfecha con su vida. También sabemos que estas dos variables suelen evolucionar al mismo tiempo, de manera que el bienestar sube y baja al ritmo de la economía.
Se trata de una relación de causa-efecto. Es decir, la vida de alguien mejorará si le damos dinero, especialmente si es pobre. Para demostrar eso los investigadores han ido buscando trucos, como el estudio de la lotería u otro que se fijó en los inmigrantes que llegaban a Canadá.
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En ese trabajo los autores encontraron que el nivel de felicidad de los inmigrantes era más parecido al de sus vecinos canadienses que al típico en sus países de origen (lugares, por lo general, más pobres y menos felices). Aquel resultado venía a confirmar una estupenda noticia: que las personas que cambian de país buscando una vida mejor a menudo la encuentran.
El estudio de la lotería también es relevante porque encontró efectos a largo plazo. Las personas que ganaron la lotería siguen declarándose más satisfechas con sus vidas cuando se les pregunta pasados 10 o 15 años. La felicidad del premio no es un fenómeno pasajero, sino que afecta al juicio que hacen de su propia vida una década después, cuando quizás ni recuerdan aquella inyección de dinero.
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Este descubrimiento debilita una teoría popular últimamente, la 'adaptación hedónica', cuyo argumento es que las personas adaptan sus aspiraciones después de una desgracia (como quedar viudos) o un golpe de suerte (como ganar lotería) para regresar rápidamente a su nivel de felicidad "normal". Llevada al extremo esta teoría es una condena, porque cada uno de nosotros tendría un nivel de felicidad predeterminado por naturaleza.
Sin embargo, este estudio de la lotería, como el de los inmigrantes canadienses, demuestra que esa visión extrema es una exageración. Pero la realidad es, como ocurre siempre, un poco más compleja. Los ganadores de la lotería estaban más satisfechos con su vida, pero hay otras formas de sentirse feliz y en ellas los premiados no se distinguían tanto del resto de la gente.
Estamos respondiendo una pregunta complicada con aparente sencillez: «el dinero sí nos hace felices». Pero la realidad es, como ocurre siempre, un poco más compleja. Los expertos que estudian el bienestar subjetivo suelen medirlo con dos dimensiones diferentes: distinguen entre bienestar valorativo y bienestar emocional.
Una cosa es sentirte feliz y satisfecho cuando juzgas tu vida, y otra, experimentar a lo largo del día más momentos felices. Lo primero es un juicio racional fruto de pensar sobre tu vida, mientras que lo segundo es una sucesión de emociones y estados de ánimo positivos (alegría, calma, risa) o negativos (tristeza, ansiedad, estrés o depresión).
LA OPINIÓN DE LA CIENCIA
El dinero está asociado más fuertemente con el bienestar valorativo que con las emociones positivas o negativas, como explica un artículo de revisión publicado recientemente en 'Nature Human Behaviour'. Además, el poder del dinero tiende a extinguirse pasados ciertos umbrales. El dinero nos hace felices cuando tenemos poco, pero cada peso adicional nos aporta menos que el anterior.
KIKO LLANERAS
Ediciones EL PAÍS.