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Mauricio Cabrera Galvis
columnista

‘El mundo de ayer’

Mauricio Cabrera Galvis
POR:
Mauricio Cabrera Galvis

Cuando me recomendaron para leer en la pausa laboral de Semana Santa el libro de las memorias de Stefan Zweig, El mundo de ayer, me pareció interesante volver a este escritor de quien recordaba haber leído y disfrutado, en la adolescencia, sus relatos históricos en Momentos estelares de la Humanidad y la biografía de María Estuardo. Resultó una excelente recomendación.

Zweig fue un escritor y ensayista nacido en Viena en 1881, de gran fama en la primera mitad del siglo XX, de hecho, hasta comienzos de la Segunda Guerra Mundial. Austriaco, judío, escritor, humanista y pacifista, según su propia descripción, sufrió la persecución nazi, que no solo prohibió sus obras, sino que, como cualquier procurador en ciernes, las quemó y literalmente las redujo a cenizas. Exiliado, sin patria ni continente, peregrinó por varios países hasta terminar en Brasil, donde, apabullado ante “la derrota de la razón y el más enfervorizado triunfo de la brutalidad”, se suicidó en 1942.

El mundo de ayer, es el retrato magistral de un testigo de la historia de esos 60 años, en los cuales se produjeron cambios que destruyeron un mundo y un modo de vivir.
Comenzando en la seguridad y tranquilidad de la Viena Imperial de su infancia y adolescencia, en las postrimerías del siglo XIX, la bohemia juvenil de Berlín y, sobre todo, París, en la Belle Epoque de los años anteriores a la Primera Guerra; el horror y la destrucción de esa espantosa carnicería; la lenta reconstrucción de Europa en medio de revoluciones socialistas y fascistas, crisis económicas e hiperinflaciones, para terminar en el horror absoluto de Hitler y el nazismo.

Como es inevitable leer la historia del ayer con las inquietudes y preocupaciones del presente, uno de los temas que más me impactó de las memorias fue el pacifismo militante de Zweig, enemigo declarado de la guerra, luchador incansable por la paz y la unidad europea con las únicas armas de la pluma y la palabra.

Sus denuncias y críticas a los apóstoles y promotores de la guerra parecen escritas hoy para describir a quienes recurren a la mentira y calumnia para alimentar los odios, para torpedear el camino del diálogo y la reconciliación, y seguir insistiendo en la revancha y la aniquilación del enemigo. Así describe Zweig a los ‘charlatanes de la guerra’: “era la pandilla de siempre, eterna a lo largo de los tiempos, que llamaba cobardes a los prudentes, débiles a los humanitarios, para luego no saber que hacer, desconcertada a la hora de la catástrofe que ella misma, irreflexivamente, había provocado”. Maniqueos para quienes “el que estaba en contra de la guerra que ellos mismos no sufrían lo tachaban de traidor”.

En un siglo no han cambiado los métodos de esas pandillas: ayer como hoy, creaban un “tremendo estado de sobrexcitación”, en el que el peor rumor en seguida se convertía en verdad, y la calumnia más absurda era creída a pie juntillas. Desde esa época ya se utilizaba la “propaganda de guerra, la técnica de culpar a los enemigos de todas las crueldades imaginables”, apelando a las pasiones, ya que “no se puede armonizar la guerra con la razón y el sentimiento de justicia. La guerra exige entusiasmo por la causa propia y el odio al enemigo”.

Las consecuencias, dice Zweig, fueron catastróficas, y “no se tardó mucho en ver el terrible daño que causaron con su apología de la guerra y sus orgías de odio”. ¿Cuánto nos demoraremos los colombianos en llegar a la misma conclusión?

Mauricio Cabrera G.
Consultor privado
macabrera99@hotmail.com

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