La posesión del presidente Juan Manuel Santos fue una ceremonia sin antecedentes. La invitación al presidente Uribe y su familia, la organización sobria, pero llena de optimismo y orgullo patrio, la participación marcial y respetada de nuestras fuerzas armadas, y una delegación amplia de mandatarios y representantes de otros países, reforzó nuestro orgullo de Nación y sentido de presencia hemisférica.
Así como el discurso sorpresivo y destemplado del Presidente del Senado fue la nota negra del evento, la intervención del presidente Santos compensó con creces el mal sabor de aquel. Tocó todos los temas que un Gobierno que empieza debe tocar. De una manera directa, sin ambages y con optimismo, indicando las rutas a seguir a partir de nuestras fortalezas y del legado del presidente Uribe.
Son muchos los aspectos positivos de su intervención. Para destacar, la clara decisión de combatir sin tregua el terrorismo y la corrupción. La exaltación y respaldo de las Fuerzas Armadas como columna vertebral de nuestra seguridad, tanto interna, como externa.
Aquí se presentan retos muy importantes dentro de la evolución que el conflicto viene tomando ante el avance militar. Primero, la proyección de la guerrilla hacia el área urbana y la infiltración en sectores claves de nuestra estructura productiva, académica y comunicacional, mediante militantes que van desde los soportes logísticos hasta los simpatizantes o enemigos de las instituciones, que utilizan sus tribunas y posiciones de poder para socavar legitimidad del orden establecido.
Desde allí se puede actuar con mayor eficiencia y efecto desestabilizador que con la lucha armada en las remotas selvas del País. Esa es la nueva realidad que debemos enfrentar y en consecuencia la estrategia a diseñar. El otro brazo de la tenaza está en la guerra jurídica y política que se libra sin cuartel contra nuestras Fuerzas Armadas con mayor capacidad de daño que los Kaláshnikov y las pipetas de gas.
El presidente Santos conoce de primera mano esta realidad y no se llama a equívocos sobre ella. La defensa jurídica eficaz y oportuna de nuestras Fuerzas Armadas es un imperativo. Para ello, se requiere la presencia definida y suficiente del sector empresarial y académico que levante una barrera efectiva frente a quienes, por demasiados años, han medrado libremente al amparo de la debilidad de nuestros instrumentos o de la desidia o falta de información de muchos.
Queda algo fundamental y que también fue objeto de mención en su discurso: una política clara y agresiva de defensa externa frente a la guerra jurídica, política y de opinión. Durante mucho tiempo hemos descuidado este campo vital, perdiendo posición e imagen, con elevados costos. Se requieren entonces, representantes diplomáticos como los anunciados, con conocimiento a fondo y absoluto compromiso con lo que se debe defender. Si seguimos perdiendo batallas y terreno en este campo poco podremos avanzar en la lucha integral frente al terrorismo.