Desde la ruptura financiera del 2008 hasta la inexplicable volatilidad de las bolsas, pasando por las crisis económicas de algunos países europeos y los motines en Londres y otras ciudades, el mundo está enfrentando una realidad que independientemente de la diversidad en los posibles motivos, el momento, los sectores o la ubicación geopolítica, denota preocupantemente lo que George Friedman en magistral análisis identifica como falla sistémica, la cual supera efectos aparentemente aislados, para ubicarla en algo más grande, en buena parte bajo la superficie, pero que ya se manifiesta en las realidades observadas.
Del 2008 hasta ahora, Friedman centra la falla sistémica en dos componentes fundamentales: el financiero y el político; falta que es más profunda que los tradicionales efectos puntuales de la corrupción trivial de la clase política y su ineficiencia o la irresponsabilidad y el desmedido ánimo de lucro de algunos segmentos financieros.
Afirma, que en la crisis que explotó en el 2008 lo que falló fue la dirección financiera de EE. UU., como exponente de la misma y la de otros países de primer orden en el mundo capitalista.
La falla comprendió la toma de decisiones incomprensibles y el hecho de que quienes las tomaron hayan derivado grandes utilidades y “se hayan salido con la suya”.
La dirección política, al tener que interactuar, erró por no prevenir que esto sucediera, función fundamental del mandato que la sociedad le ha dado y con la fortaleza y disciplina que la deben caracterizar, por no hacer responsables a quienes gestaron dicha catástrofe.
Estos dos sectores, de donde se deriva buena parte de la seguridad y confianza que la sociedad deposita como elemento insustituible para que el sistema funcione, denotan un problema generalizado, donde los ciudadanos pierden la confianza en las instituciones, no saben quién los dirige o mueve los hilos, y empieza a no importarles, reaccionando como en Atenas o en Londres, no tanto por la pérdida de unas ventajas sociales, a veces excesivas dentro de las circunstancias, como sucedía en el pasado, sino con una alta participación de acciones e intereses criminales, los que adquieren legitimidad frente a la opinión, y esto es lo que los convierte en una verdadera crisis social.
Los sabemos incompetentes y ya muchos somos indiferentes, luego que opten por las vías alternativas.
Lo que acaba de suceder en el ‘tire y afloje’ en EE. UU. es un claro reflejo de incompetencia e intereses individuales con graves efectos en la confianza del público.
En medio de la crisis, los trillones utilizados hace poco para solventarla, han quedado atrás y el debate de algo mecánico como un límite de endeudamiento se trató de utilizar como trampolín para ampliar el derroche. Quienes se opusieron, con razones estructurales y de largo plazo, quedaron como los malos del paseo.
Finalmente, como gran cosa se llegó a una solución forzada que se puede ilustrar así: si EE. UU. fuera una familia, sus ingresos serían de US$58.000, sus gastos de US$75.000 y su endeudamiento vía tarjeta de crédito de US$327.000; el sufrido acuerdo y solución al problema consistió a reducir una proporción de los gastos.