Esta semana, el Congreso archivó un proyecto de reforma constitucional que buscaba –otra vez– acabar con la figura de la Vicepresidencia.
Es un secreto a voces que el tema volvió a plantearse, primero por las públicas discrepancias del actual vicepresidente Angelino Garzón con el presidente Santos –que según algunos llevaron a este último a tratar de ubicarlo en la OIT– y, luego, por el cuestionado estado de salud del llamado a reemplazar al Jefe del Estado en sus faltas absolutas o temporales.
El hecho de que la discusión se dé por razones coyunturales, demuestra que el problema radica no en que quién deba reemplazar al Presidente, se llame primer designado o Vicepresidente, sino en la persona del escogido.
Es muy conocido el episodio histórico del 31 de julio de 1900, cuando un anciano Presidente –Sanclemente– fue derrotado por otro anciano Vicepresidente –Marroquín– con la ayuda del Ejército y de un sector del Partido Conservador.
Por estimar que el Vicepresidente siempre estaría en plan de conspiración, el Acto Legislativo número 1 de 1910 –luego del quinquenio de Reyes– suprimió la Vicepresidencia y volvió a la figura del designado.
Independientemente del nombre, el elegido siempre ha tenido la única misión de reemplazar al Presidente, si este pide licencia, renuncia, es destituido por el Senado o muere.
En caso de falta absoluta, quien sea, llámese Vicepresidente o designado, termina el periodo para el cual fue elegido y el Congreso escoge a otro Vicepresidente o designado.
Uno y otro, el que ejerza la Presidencia, así sea por un día, adquiere el status de ‘expresidente’, con pensión y todo.
Casos tuvimos de designados y vicepresidentes que por unos pocos días de ejercicio adquirieron la vitalicia condición de expresidentes. Tal vez, esa sea la razón por la cual este es el único país en el cual los presidentes no salen a vacaciones en el cuatrienio, pues se darían las secuelas ya señaladas.
Como hemos venido a saberlo, Belisario Betancur se sometió a una operación con anestesia general sin llamar al entonces primer designado Álvaro Gómez, tal vez por evitar lo que ahora se señala.
Y el presidente Santos se sometió a una intervención de próstata, con anestesia regional, precisamente para no perder la conciencia momentáneamente, lo que lo hubiese obligado a llamar al también enfermo Vicepresidente.
No es necesario volver a reformar lo que se hizo en el 91. Bastaría con que los aspirantes eligieran su fórmula presidencial pensando no solo en sumar votos, sino en que el ungido puede llegar a ocupar el cargo de Presidente en cualquier momento.
Podría establecerse que si el Vicepresidente ejerce la Presidencia por periodos cortos, esa sola condición no lo convertiría en expresidente. Así, los mandatarios, como todos los ciudadanos, tomarían las vacaciones sin cargas futuras para el Tesoro.
Y los médicos solo actuarían cuando dentro de un proceso originado por el Senado, para decretar la incapacidad física o mental del Presidente o el Vicepresidente, fueran llamados de manera formal, y no de forma espontánea.
¿Qué tal que se dejara abierta la posibilidad de que un presidente del Senado o su mesa directiva, en cualquier momento, pudiera llamar a médicos siquiatras para valorar a los presidentes, sin la existencia de un juicio propiamente dicho?
Alfonso Gómez Méndez
Jurista -Político