Estamos a tan solo siete días de las próximas elecciones. Continúa la controversia sobre las encuestas. Lo definitivo es lo que digan las urnas. Como lo mencioné en mi columna anterior, existe un abanico de alternativas del cual podemos elegir. Espero que el voto sea a conciencia –independiente de dádivas y odios–, por el mejor para regir los destinos del país en los próximos años.
Existe un tema importante aún no explorado en profundidad por los candidatos, se trata de la perversa concentración de los poderes y sus decisiones en Bogotá. La provincia juega un papel de pordiosero, pidiendo dádivas continuamente. Hace poco existió un paro cívico en Buenaventura, que fue resuelto, como siempre, con viajes de funcionarios de Bogotá para calmarlo con halagos. Luego aparecieron las disidencias de las Farc y se comprobó la existencia de un mar de cultivos de coca en Tumaco, con las consabidas consecuencias. Nuevamente tuvieron que acudir los paracaidistas de la capital para controlar el orden público, van por la mañana y se regresan por la tarde. El Gobernador de Nariño explicó claramente sus limitaciones para coadyuvar en la emergencia. Se repitió la receta, promesas con posibles incumplimientos y presencia de las Fuerzas Armadas. Los líos no pararon allí. Se presentaron reclamos del presidente de Ecuador, Lenin Moreno, y su posterior renuncia a seguir siendo sede de las conversaciones con el Eln.
Poco tiempo después, salto la liebre en Catatumbo y se repitió la historia, funcionarios de la Bogotá volaron a Cúcuta y Ocaña (en Santander del Norte), para hacerle frente al paro armado. La zozobra continúa en la región. Existen enfrentamientos del Eln, del Epl y los lores del narcotráfico continúan asentados en la zona. Recientemente, vemos en televisión los innumerables problemas del hospital de San Andrés. Seguramente, viajarán los funcionarios del Gobierno Nacional desde Bogotá para tratar de apagar el incendio y manifestarles a sus habitantes que es una región importante que merece toda su consideración.
El más reciente escándalo de corrupción se presentó por los malos manejos, para usar un término eufemístico, de los fondos del posconflicto, cuyo objeto es hacer inversión social en los territorios donde estuvo presente las Farc, y ahora sus disidencias. Como es lo usual, todos tienen su sede en Bogotá y son administrados por residentes en esta capital, desde la cabeza hasta su último empleado. Por consiguiente, la inversión que le llega a los territorios abandonados ya viene menguada. Lo más probable es que la mayoría de sus contratistas también sean entidades con asiento en la capital del país. Por eso casi el 100 por ciento de las firmas de consultoría tienen su sede en Bogotá, así como las mayores empresas constructoras y los bufetes de abogados más prestigiosos.
Las influencias y el amiguismo funcionan, y dan frutos.
Lastimosamente, este tema que, sin duda, coadyuba a la corrupción, ni se menciona. Los beneficiados con el centralismo son quienes nos gobiernan bajo un régimen presidencial que no delega. Tan solo una excepción, el resto del abanico de candidatos y el 100 por ciento de sus fórmulas vicepresidenciales residen en Bogotá, ¿qué coincidencia? Ojalá quien llegue a la presidencia esté sensibilizado para comprender y remediar este grave y odioso problema.
Alfredo Carvajal Sinisterra
Expresidente del Grupo Carvajal
Alfredo.Carvajal@carvajal.com