MARTES, 16 DE ABRIL DE 2024

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Andrés Espinosa Fenwarth

Estados Unidos de Europa

Andrés Espinosa Fenwarth
POR:
Andrés Espinosa Fenwarth

 

El proyecto de cohesión económica, social y territorial de Europa, inspirado en el sueño de Jean Monnet e implementado por el Tratado de Roma en 1957, está hecho jirones.

El presidente francés, Nicolas Sarkozy, planteó la semana pasada en Tolón, al sur de Francia, la necesidad de “refundar” Europa y la Zona Euro.

Días antes, la canciller alemana, Angela Merkel, había manifestado que “no hay solución inmediata… para resolver la crisis de la deuda soberana, proceso que tomará años”.

Los dos líderes europeos llegaron a comienzos de esta semana a un acuerdo “para salvar el euro” y “reforzar y armonizar” la integración fiscal y presupuestaria de Europa, por medio de “un nuevo tratado europeo” que obligará a los Estados miembros a cumplir las metas aplicables al déficit fiscal y a la deuda soberana.

El fracaso de la clase política y de las instituciones europeas –el Consejo, el Parlamento, la Comisión y el Banco Central Europeos– entes que se comunican entre sí en 23 idiomas distintos como en la Torre de Babel, es impresionante.

Su relevancia se ha visto abiertamente disminuida por los acontecimientos de los últimos meses y, en particular, por las acciones del eje franco-alemán, que se ha echado al hombro la responsabilidad de salvar la Eurozona de la autodestrucción y preservar el proyecto de convergencia europeo.

En los corredores del poder intelectual en Berlín se habla en voz baja en torno de un poderoso ideal, los Estados Unidos de Europa, concepto que parece fusionar la política exterior con la política interior.

Los principales pensadores europeos como Jürgen Habermas –una de las personas más influyentes del entorno político e intelectual de la posguerra alemana–, destaca que el derecho internacional y el nacional empiezan a parecerse hasta el punto que cabe preguntarse “si tendrá sentido siquiera hablar en el futuro de soberanía nacional”.

De lo que estamos hablando, dicen intelectuales de la talla de Habermas, es de “la materialización de los Estados Unidos de Europa”.

Es evidente que un ideal político de estas proporciones genera resistencia entre la burocracia que dirige desde Bruselas los destinos de la vieja Europa, que pretende aferrarse a soluciones con baños de agua tibia mientras se disuelve la Zona Euro y las economías europeas caen en recesión.

Un Estado federal presupone una transferencia real de soberanía superior a la actual, que es parcial e improcedente, circunscrita a los asuntos no sustanciales para solventar la crisis actual.

Para tener una sola voz, como pretendía el Tratado de Lisboa, es preciso tener instituciones políticas fuertes, representativas de la nueva realidad europea, con poder decisorio y amplias competencias, con una política fiscal y presupuestaria común.

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