A nadie le gusta pagar por lo que no quiere pagar, pero a veces confundimos estos conceptos. Un buen ejemplo de esto son los parqueaderos, los cuales usamos para dejar nuestro vehículo en un lugar seguro mientras hacemos algo. Sin embargo, por alguna razón, consideramos que esto no nos debería costar, porque al banco, al centro comercial o al restaurante les genera un comprador o usuario más. Pero esto no es del todo cierto, porque ante la escasez de parqueaderos, la gente copa estos espacios para cosas diferentes que dejar el carro mientras hace compras, como estar en la oficina todo el día.
Hoy, la Alcaldía de Bogotá se ha metido en una dicotomía increíble: quiere que los parqueaderos de los centros comerciales bajen sus precios, y también quiere que la gente deje de usar el carro; esto es, a todas luces, un sinsentido, pero a veces los funcionarios públicos comenten estas asimetrías con el fin de cumplir las funciones políticas de su cargo y no con el objeto de una mejor calidad de vida para las personas.
Sin duda, la mejor opción es que el parqueadero tenga un costo en función a la calidad del servicio que presta, para asegurar su continuidad y buen desempeño, pero si los precios bajan, también lo hará la calidad y el servicio se verá copado y afectado, logrando un triunfo de imagen pública por un tiempo y después un problema tan grande como los causados por el pico y placa. Las políticas públicas deben ser coherentes y racionales, no populistas y sin sentido.
A nadie le gusta pagar por dejar el carro parqueado, porque, verlo así, se percibe como un gasto innecesario, más cuando se comprende que esto es para mantener seguro y cerca su vehículo, mientras hace compras. El costo de oportunidad de pagar 80 pesos por minuto es mucho menor que el de cobrar el seguro del robo, por esto son varias las aseguradoras que apoyan y fomentan la existencia de parqueaderos, y cuando una persona ve que le han robado el carro o la grúa lo ha llevado a los patios, lo primero que piensa es ‘por qué no lo metí al parqueadero’.
Como ciudadanos debemos comprender que la ciudad nos acoge, con sus oportunidades y defectos, como el tráfico y la inseguridad, por esto debemos aprender a asumir los costos de tener y hacer ciertas cosas, y a valorar el verdadero sentido de la tranquilidad, como en el parqueo, los seguros, las sombrillas, la salud prepagada o el reservar las sillas del cine, todos costos intangibles de servicios que no comprendemos porque no los sentimos en la mano o porque antes eran gratis o consideramos que ‘deberían serlo’, ya que en otros países es así.
La tranquilidad vale y por eso cuesta. Vivimos en una sociedad muy diferente de las de otros países, con reglas que debemos cumplir, como no parquear en espacios prohibidos, y donde convivimos con los amigos de lo ajeno. Estar tranquilo vale más que un desembolso mensual establecido, significa poder disfrutar lo que se hace plenamente, o ¿quiere estar en cine en una mala silla, pensando si su carro está bien?
Camilo Herrera Mora
Presidente de Raddar
camiloherreraraddar@gmail.com