Defender ideas en las que no se está de acuerdo es muy difícil, y es una de las tareas más comunes de los ministros, por lo menos en Colombia.
Muchos llegan a estos cargos llenos de energía y optimismo, con un cúmulo de buenas ideas e intenciones, pero al pasar los días en su nombramiento, descubren una serie de verdades que harían que muchos desistieran.
El aparato público tiene una inercia enorme, y sin importar si hay o no ministro, muchas cosas siguen su curso sin preguntarse si eso tiene sentido o no. Algunos funcionarios públicos, han visto ir y venir ministros tantas veces, que solo esperan que se vayan para que las cosas sigan igual.
La Constitución, que es el origen de todos nuestros deberes y derechos, amarra a los ministros a ejercer sus cargos y les da un mínimo margen de maniobra, al punto que no pueden definir qué se debe hacer, sino que deben vivir explicando por qué no se hizo lo que siempre se ha hecho, sin importar si eso tiene sentido o no. Los derechos de petición, las tutelas, los paros, las demandas y los embargos son armas que destruyen el alma de cualquier funcionario público que quiere hacer las cosas bien, pero al tocar los intereses de unos pocos, se ve inmediatamente aplastado por una montaña de papeles que evitan que los cambios sucedan.
Finalmente, el dolor de tener que hacer lo que no se cree. He visto, escuchado y leído a muchos preministros, ministros y exministros defendiendo tesis muy inteligentes, y cuando están en el poder hacen todo lo contrario, porque seguimos pensando que la democracia es hacer lo que algunos griten y piden, y no lo que las mayorías requieren. Ver Ministros de Hacienda, asintiendo las torpezas técnicas que dicen algunos congresistas, solo para poder mantener la votación necesaria para que las cosas pasen, es uno de los espectáculos más deprimentes para miles de alumnos que los veían defender la técnica y la ética en las aulas.
Ser funcionario público es trabajar por las personas, y no para las personas, porque muchas veces se deben tomar medidas que no son populares para beneficiar a las mayorías y a las minorías, pero cada pequeño grupo de intereses tiene una agenda propia que quiere defender y lo hacen acabando al funcionario por desgaste, mentiras, destrucción de su imagen e incluso a punta de trampas legales. Pese a esto, hay algunos ministros valientes, que dentro de los gobiernos, lejos de las cámaras y los reflectores, mantienen firmes sus posturas en los gabinetes e incluso le señalan al presidente sus errores, a sabiendas que el mismo mandatario, esta atrapado en la misma trampa.
En un mundo donde las redes sociales mandan, es casi imposible ser demócrata, porque se ha confundido la democracia con la microcracia, donde priman los derechos de unos pocos sobre el futuro de muchos.
Por todo esto, muchas personas que podrían servir al país, no aceptan estos cargos, porque saben que no podrán hacer lo que se debe hacer y saldrán con fama de ladrones, corruptos e investigados por años, por el simple hecho de haber firmado algo que sabían que era necesario, pero que afectaba a unos pocos, y eso lo perseguirá por el resto de su vida.
¡No sea ministro!
En un mundo en el que las redes sociales mandan es difícil ser demócrata, porque se ha confundido la democracia con la microcracia.
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