Hace unos días pronuncié unas palabras en la ceremonia de graduación del colegio Los Nogales, en una circunstancia muy especial, pues era presidida, por última vez, por Luisa Pizano, después de 24 años de ejercer brillantemente la rectoría.
Algunas ideas planteadas allí sobre la responsabilidad de la juventud privilegiada, por recibir educación básica y media de alta calidad, nos llevan a reflexionar como sociedad.
Los jóvenes deben asumir con diligencia cada fase de su formación. Una nueva etapa trae otros retos y oportunidades, pero también nuevas y crecientes amenazas, que confrontan permanentemente su formación ética y la solidez de sus principios.
Algo que deben tener muy claro quienes han recibido educación de alta calidad es que ese privilegio no implica derechos, como muchos creen, sino deberes consigo mismo, con la sociedad y con Colombia. Especialmente si tienen en cuenta que viven en un país de altísima inequidad y azotado por una violencia de muchos años.
En una reciente entrevista, el sacerdote jesuita Vicente Durán Casas, vicerrector de la Universidad Javeriana, señalaba que la filosofía kantiana indica como primer deber del individuo el que tiene consigo mismo, y esto requiere el desarrollo de sus capacidades para ponerlas al servicio de los demás.
¡Qué bella manera de señalar un derrotero de vida! Los colombianos deberíamos adoptar este postulado, pues la coyuntura del país demanda posturas éticas como esta.
Toda Colombia tiene sus ojos puestos en La Habana, por el proceso de paz que allí se adelanta.
La firma del acuerdo, que espero se lleve a cabo, en un futuro muy inmediato, será apenas el primero de muchos pasos que deberemos adelantar para que el país tome la senda de la paz y del desarrollo económico con equidad, que tanto necesitamos y que nos ha sido esquiva por muchos años. Los jóvenes deben ser parte activa de una generación de colombianos comprometidos con los demás y con su país, y deben contribuir a lograr un mejor vivir para todos, especialmente para aquellos que subsisten en la pobreza o, peor aún, en la miseria. Solo si la mayoría de colombianos tenemos claro ese propósito y una firme actitud ética que incorpore al otro en nuestras decisiones y acciones, lograremos una paz perdurable.
El cumplimiento de estas funciones requiere, además del compromiso de servicio a los demás, al que alude Kant: una formación académicamente sólida e integral en un ambiente ético.
Mi mención a la ética no es gratuita. Nuestra nación vive hoy una crisis muy seria en sus estructuras, debido a la corrupción y al laxo manejo de los asuntos públicos.
Creo firmemente que el problema más agudo de Colombia es la crisis del sistema judicial, por los efectos nocivos que tiene en todo el andamiaje institucional. No hay duda de la necesidad de efectuar reformas efectivas, pues, de lo contrario, el país, tristemente, podría llegar a ser lo que el profesor de la Universidad de Harvard James Robinson ha denominado “país fallido”. Sobre los hombros de la juventud recae buena parte de la responsabilidad de evitar este desenlace.
Estas consideraciones permitirán a los jóvenes contribuir hacia un futuro positivo y de avance para Colombia. La juventud educada, sin distinciones socioeconómicas, debe tener siempre presente que no tienen derechos especiales, sino deberes con los demás, con la sociedad y con Colombia.
Carlos Angulo
Exrector de la Universidad de los Andes