El 31 de octubre, mientras en Colombia nos agasajábamos con el Día de las Brujas, y también celebrábamos el Día de La Biblia, en 500 ciudades del mundo se honraban los cinco siglos cumplidos por la Reforma Protestante. No quiero adentrarme en el intríngulis religioso. Podría desembocar en reacciones de polémica y extensiones sigilosas de odio. Y ya es suficiente con la ira política y social que están destilando las redes sociales, las conversaciones de amigos y familiares y la vida cotidiana de esta confusa Colombia que estamos viviendo.
El poder puede, y por regla general, conduce al abuso. Pero el poder total, indefectiblemente, conduce al abuso total. Eso pasaba en los albores del siglo XVI. El Papa regía la empresa mercantil de la iglesia erigido como un monarca. La institución estaba al garete. “La Corrupción en las costumbres, ignorancia y demasiada sed de riquezas; carencia de vocación eclesiástica, olvido de las sagrados deberes religiosos y relajación de la disciplina eran las manifestaciones de este estado de crisis”. Hoy, se estila ‘el tráfico de influencias’. Entonces se mercadeaba ‘El tráfico de indulgencias’. Tanto pagas, tanto tú como tus muertos quedan perdonados. Resumo: el abuso del poder del Papa, en una figura no de servicio a la humanidad, sino de su explotación. Y la pústula del afán de enriquecimiento económico, apoyado en la utilización de dignidades y cargos.
La difusión de las 95 tesis de Lutero y la lectura directa de La Biblia fueron posibles gracias a un invento disruptor en la vida de aquellos tiempos: la imprenta. Sin duda, que una cosa es una cosa y otra cosa es otra cosa, aquí está pasando algo parecido. El poder político ha corrompido el Estado. Los encargados de manejarlo, en sus distintas instancias, lo están saqueando y utilizando como vehículo de enriquecimiento personal, familiar y amiguero. La figura presidencial ha suprimido los mecanismos de contención, paladeándolos con el laxante del dinero para lograr sus fines. Esa es la verdad monda y lironda. Y millones de colombianos están hoy mamados de que los roben y de tener un país sin autoridad ni fuerza para conducir a esta nación y a sus futuras generaciones, hacia destinos patrióticos y globales de grande y verdadero calado.
Nuestra ‘reforma’ va a ser las próximas elecciones. Hay que tener mucho cuidado con el disfraz de algún mesiánico que se nos aparezca. Porque estamos tan vulnerables y cargados de tigre, que nos puede meter en la encrucijada sin retorno. Pero en marzo, nos guste o no, se va a expresar un sentimiento de rechazo definitivo al sistema y a quienes lo están manejando como caja registradora. La imprenta de nuestros días es internet y sus vehículos, las redes sociales. Por ellas está circulando el concepto motor ‘¡Despierta, Colombia!’, un poderoso diablo rojo para destapar nuestras conciencias aletargadas y movilizar nuestras voluntades indiferentes.
Parodiando lo que se decía de la iglesia hace 500 años, en nuestro sistema político: corrupción en los procesos públicos, avivatazgo y demasiada sed de riqueza, carencia de vocación real de servicio, olvido de los sagrados deberes institucionales y relajación de la disciplina, son las manifestaciones de la hecatombe.