En los meses más recientes, grandes y prósperas empresas de Colombia han convertido sus acciones en otro producto de la canasta familiar.
Emisiones divulgadas a través de muy convincentes campañas publicitarias han sido acogidas por miles de colombianos, cuya compra supera las previsiones de venta.
Los misterios reservados a la Bolsa de Valores parecen haber descendido desde ese Olimpo hasta las góndolas de las grandes superficies, donde se venden al menudeo. Una persona del común puede ir con su carrito, y meter en él lácteos, cárnicos, vegetales y frutas, y un paquete de acciones fresquito como pan caliente.
Ese tipo de ‘democratizaciones’, esa multiplicación de opciones de inversión, que demuestran que en Colombia hay platica en las cuentas bancarias y debajo del colchón, constituyen una gimnasia provechosa para la economía. Pero es posible que estén configurando para algunos la puesta de su mesada en el lugar equivocado y representando un espejismo para los ignaros en el difícil mercado del dinero.
Aún para quienes sufrimos el defecto de no ser economistas, pero poseemos licencia para escribir otros temas en un diario especializado, las acciones son papeles volátiles.
Están sometidas a los fenómenos de la cotización y al juego de la bolsa, que determinan mareas, picos y simas imprevistos.
Las empresas colombianas que han realizado emisiones recientes han puesto mucho coraje al hacerlo en medio de un mar de turbulencias universales, que se agita riesgoso en este inquieto septiembre.
Su certeza de solidez parece salvaguardarlas contra el albur del fantasma numérico.
Muchas de ellas exhiben en gráficos preciosistas, que casi siempre terminan en una flecha dirigida al cielo, la forma en que se han valorizado. Esa bonanza es posible en periodos cercanos a la década, tiempo en que la platica podría hallar su oasis anhelado.
Determinados promotores suelen advertir que en un periodo inmediato y lejano a esa dicha, el precio de la acción puede bajar, gracias a un comportamiento que los que saben atribuyen a la demanda desbordada. Venderlas antes del largo periodo de gracia conlleva costos de intermediación, que aunque parezcan mínimos, le restan valor a ese pedazo de fe que subimos en la montaña rusa.
Bajo lo expuesto aquí, es claro que esa inversión hay que pensarla muy bien cuando se trata de ahorros, cantidades limitadas de nuestro patrimonio acopiado con esfuerzo; cuando es la única alternativa, y usted está lejos de tener algo como el nombre de este diario, y cuando es evidente que el dinero se puede necesitar en cualquier momento y su retiro intempestivo, por ejemplo, para paliar una necesidad calamitosa, sólo conllevará pérdida, trámite engorroso y frustración.
Eso es, digamos, la letra menuda. Creo yo, que no estudié economía