Una cosa es la radio y otra, los radios. Aunque sean como la uña y el dedo. La celebración del Día Mundial de la Radio significó la travesía por un dial de recuerdos, ejercicio de nostalgia por un tiempo mejor. Como la radio y los radios tienen que ver con todos los colombianos, como ningún otro medio de comunicación, abrí mi baúl radiofónico, mi memoria de radios.
El primero fue un Philips de color nacarado, una caja voltaica que le regaló a mi madre el hombre que más amó en la vida. Dos botones enormes en su base abrían la puerta de un sortilegio de voces e historias. El de la izquierda encendía sus luces de candilejas. El de la derecha era el vehículo del dial, que tenía como punto preferido el cielo de Todelar, del Circuito Todelar de Colombia.
Como no podía moverse ese objeto pesado, tan grande e inolvidable como negros los teléfonos de Ericsson, yo tenía que correr desde el colegio primario y llegar a las cinco en punto de la tarde a escuchar Kaliman. La radio era voces. El hombre increíble era Gaspar Ospina, implacable con los malvados. Y el pequeño Solín, una mujer: Erika Krum.
También oía Los Chaparrines, El Show de Ever Castro y La simpática escuelita que dirige Doña Rita. Tardes de domingo y de fútbol. Oyendo radio se fue la infancia, viviendo en la imaginación, ya para siempre seguro de que nunca existiría en la realidad.
Las imágenes pasan como si fueran cinematográficas. Soy un adolescente: no sé quién soy. Tengo un radio de la marca Grundig, hijita que en ese momento de mis 15 años adoptó Philips, pero que ya era desde 1955 el mayor fabricante europeo de receptores.
Era una caja negra que me había regalado el esposo de mi hermana, un francés que conjuraba con radio sus horas solitarias en campos petroleros. Tenía la maravilla de las bandas. Y la onda corta (SW). El mundo entero. La Voz de Estados Unidos de América, Radio Deutsche Welle, Radio Nederland, Radio Exterior de España, la RAI, Radio Francia Internacional, algunas otras de idiomas selenitas y la BBC de Londres, con la que estudié en madrugadas espartanas mi primer curso completo de inglés. Por la noche, lecciones de tango con Rubén Raffa y Después de las horas…, con el maestro Julio Nieto Bernal, amigo de mi corazón.
El Grundig también tenía pilas. Una antena con alma de mujer. Y la revolución del transistor. Venía en camino la miniaturización. Años después, compré en un vuelo a no sé dónde un radio diminuto de muchas bandas que me mantiene al amparo de Philips. Mejores no hay.