Sostener un modelo productivo voraz, que arrastra como fárrago un modo de vida inviable, más la ambición de riqueza súbita en que históricamente se han empeñado hombres y Estados, están propiciando la destrucción de la Tierra.
El saqueo incansable de recursos naturales, mediante formas de explotación que regulan leyes cansinas y tardías, está apurando los estertores de este planeta, enfermo terminal de cambio climático y fiebres universales.
Thomas L. Friedman, en su libro Caliente, plana y abarrotada, lo denomina el descarrilamiento del mercado y de la madre naturaleza.
Y lo atribuye a tres razones malevas: la ocultación e infravaloración sistemática de los costos reales del riesgo de lo que hacemos; la insistente aplicación de la peor clase de valores ecológicos y empresariales, encarnados en el lema YNE/TNE (“haz lo que te apetezca ahora, porque Yo No Estaré y Tú No Estarás cuando nos pasen la cuenta”), y la privatización de beneficios con la socialización de pérdidas.
En Colombia le estamos dando duro a la Tierra.
En Mondoñedo, alternativa vial para evitar el trancón gordiano de Soacha, y alcanzar rápidamente el beneficio de la doble calzada Bogotá-Girardot, montañas que otrora ordenaban un paisaje multicolor, remozado entre árboles y piedras ocres, están siendo saqueadas sin piedad. Máquinas groseras abortan la roca. Canteras ilegales han estropeado el entorno ya herido por el basurero.
Es una gota dentro del mar de lacras que está sufriendo la Tierra en Colombia. La minería legal y la ilícita son igualmente cuestionadas. El asunto es un embrollo tan, pero tan complicado, que www.congresovisible.org plantea a los candidatos presidenciales si consideran necesario establecer una moratoria minera hasta tanto no se expida un nuevo código.
Cerca de 9.000 títulos entregados a tutiplén en el Gobierno anterior configuraron, incluso, un problema para una actividad cardinal del Estado, que ha prohijado como nunca antes el mandato actual.
En la Ley de Infraestructura fue necesario establecer la prevalencia de las vías sobre permisos mineros atravesados como vacas muertas.
El petróleo y el gas no escapan de esa mano negra contra la Tierra. La llamada exploración ‘no convencional’, mediante el fracking (fractura hidráulica), comenzará en agosto a legalizarse en 19 puntos nacionales, mientras la tortuga de las leyes persigue a la liebre del hecho económico.
Inundar o quemar (combustión in situ) las entrañas terrenas para liberar hidrocarburos atrapados en las rocas no tiene en Estados Unidos otra referencia que el aumento desquiciado de la producción, sin que se haya podido medir los daños ambientales. “El esquisto avanza más rápido que las leyes para regularlo”, señala The Wall Street Journal Américas, a propósito de la nueva fiebre del oro gaseoso.
El viceministro de Energía, Orlando Cabrales, considera que en Estados Unidos echaron a andar esa fiera sin haberla domado, lo que no se hará aquí.
El 11 de agosto, cuando el país conocerá a quiénes se asignará la explotación ‘no convencional’, comenzará en Bogotá el 4º Congreso Pacto Global ‘Arquitectos por un mundo mejor’. Se trata del compromiso de las empresas con el desarrollo sostenible. Ojalá que unos y otros se pongan de acuerdo para no sacarle la piedra a la Tierra.
Carlos Gustavo Álvarez G.
Periodista
cgalvarezg@gmail.com