Quienes pertenecemos a la generación que vive el tránsito entre dos formas planetarias de leer y de pensar, disfrutamos más que nadie otra Feria Internacional del Libro de Bogotá, la número 24 de esta meritoria gesta.
Felicitaciones a Enrique González Villa y a la Cámara Colombiana del Libro, que organizan, a Ecopetrol, que pone la platica, a 500 expositores con 120.000 títulos, a Corferias por la sede de siempre y a las más de 400.000 personas que allá iremos a vagabundear, en un estado de felicidad comparable a un ensueño.
La caterva que mencioné nació con el libro, estructuró con la lectura su forma lineal de pensar, configuró una disposición especial para la concentración sin importar la extensión del texto e hizo de este artificio de palabras y de mundos una especie de ambrosía.
Leyendo se salvó de la aspereza rudimentaria de la cotidianidad, de la monotonía del ambiente y de la atonía de la experiencia humana centrada en el materialismo. Como escribió el maestro León, “de una total inopia en los cerebros”.
También a nosotros, los lectores, nos decretaron la muerte cuando apareció rutilante la radio, el cine emergió del blanco y negro y del silencio, y la televisión se enseñoreó de todos nuestros lares.
Nos colgaron la lápida vistosa cuando aparecieron los ordenadores y el software , la Internet, las redes sociales y esa fantasía que son los teléfonos móviles. Bajo tierra santa seguimos caminando con nuestro libro ahijado, anacoretas de la palabra escrita en ese cielo de papel amarillado por la ictericia del tiempo, de las modas, de la tecnología, de la pereza mental. Eso está cambiando a pasos de Gulliver.
“Solía ser muy fácil que me sumergiera en un libro o en un artículo largo –escribe Nicholas Carr en Superficiales ¿Qué está haciendo Internet con nuestras mentes? –. Mi mente quedaba atrapada en los recursos de la narrativa o los giros del argumento, y pasaba horas surcando varias extensiones de prosa. Eso ocurre pocas veces hoy. Ahora mi concentración empieza a disiparse después de una página o dos.
Pierdo el sosiego y el hilo, empiezo a pensar qué otra cosa hacer… La lectura profunda que solía venir naturalmente se ha convertido en un esfuerzo”. Leer (y escribir) se han convertido en un gran esfuerzo.
Esfuerzo del pensamiento crítico, no gimnasia de las pataletas mentales. El bello idioma se ha contraído, apocopado, desfigurado. Y no el libro, sino la lectura, es víctima primera de esa pandemia. Ha cambiado el modo de pensar. Disperso, fragmentado, discontinuo. Titulado en carreritas, ajeno a la soledad del corredor de fondo. Eso no es bueno ni malo. Es diferente.
A la Feria iremos los cruzados. El orate McLuhan cumplió su profecía.