Cuando aparezcan estas palabras, Ana Marta completará quién sabe cuántas horas sin dormir, si acaso unas pocas transcurridas en el modo lechuza. Es decir, dormitando con uno de sus inmensos ojos insondables y con el otro pertinaz vigilando, siguiendo, supervisando el desarrollo de la edición número 12 del Festival Iberoamericano de Teatro de Bogotá. Anamarta de Pizarro es la directora que sucedió, siguió y nunca pero nunca -lo dice ella, reemplazó a la gran Fanny Mikey al frente de esta fiesta del arte universal.
Fue compañía de Fanny, su álter ego, su hermana gemela, casi siamesa. A todas partes iban juntas, y uno podía estar seguro que para las visitas o comidas con Fanny, había que preparar dos asientos, par puestos, juegos de cubiertos duplicados, porque siempre aparecía con Anamarta. Como Batman con Robin, Tom con Jerry, Silva con Villalba.
Cuando Fanny murió, y sea ese siempre un día triste, el Teatro Nacional entró en una época de desasosiego, una de cuyas aristas era el papel irreemplazable de Fanny. "Se acabó el Festival", ulularon las voces del desaliento, con esa posición apocalíptica que nos caracteriza, misma que, por ejemplo, sirve para despeñar el país en la desgracia, al no encontrar sucesor digno del presidente Uribe.
Pero la vida sigue. Y si hay algo que no muere es el ejemplo, la escuela. Es preciso tener fe en las personas, 'parce'. Anamarta se subió al corcel inminente del Festival 2010, y ahí va cabalgándolo con Daniel, el hijo de Fanny, Manuel José Álvarez y un admirable equipo que no menciono por extenso y porque mi admiración tampoco cabe en este espacio. El Festival se identifica como un homenaje a esa mujer-huracán que fue Fanny, y hay lanzadas por todos los rincones de la ciudad réplicas sonrientes con el pelo enardecido, pero ataviadas con atuendos de payaso.
Anamarta ha prolongado apariencias y leyendas de Fanny. Tiene el cabello peinado en ese mismo desorden pictórico y comparte la sonrisa blanca, aunque carezca de la iluminación rojiza que se prolonga en dos piernas interminables como símbolo del FITB. Y bueno, está cumpliendo una primera característica proverbial de Fanny: la ubicuidad. Anamarta aparece al mismo tiempo en la Plaza de Toros, mientras Buika entona el último trago en homenaje a Chavela Vargas, y en el recién remodelado Teatro Jorge Eliécer Gaitán, el mismo que dirigió y dejó hace 15 años para irse para, por, sin, sobre, tras Fanny.
Y también te vimos, Anamarta, en la Ciudad Teatro, pero ahí estabas debajo de la muñeca gigante de Fanny que sacaste a pasear el sábado por la Carrera Séptima. Y así repetida, omnipresente, incansable, Ana marta admirable centuplicada, multiplicada, como reproducida por una fotocopiadora embrujada y puesta en los miles de lugares donde el teatro inunda a Bogotá.
Hoy quiero visitarte, Ana marta radiante, con rosas de palabras que te ofrezco con admiración, para felicitarte por tu valor de mujer y por sacar adelante esta empresa inverosímil de personajes, funámbulos, cantadores, incesantes creadores del sortilegio del FITB. Te las entrego con mi sinceridad y mi afecto de siempre, que esquivan juguetones la máscara del tartufo que soy por estos días.