La indignación que se expresa en el país a raíz de los hechos de corrupción que se están conociendo, debe entenderse como una oportunidad inmejorable para dar pasos en el camino correcto, a fin de combatirla y vencerla.
Todo lo que se está diciendo, así como las propuestas aisladas y carentes de integralidad que se lanzan a diario, son una contribución, pero están lejos de conducir a la solución definitiva. Algunos protagonistas de la vida nacional creen que encontraron el tema apropiado para llegar a la presidencia de la República, otros se esfuerzan por proponer alternativas que puedan resumirse en una frase atractiva para los medios en busca de titulares, y no son pocos los que, en vez de plantear soluciones, se dedican a hacer diagnósticos históricos y culturales.
Nada de lo anterior sobra, desde luego, pero el esfuerzo que debe hacerse en Colombia tiene que dirigirse a derrotar ese cáncer. Expertos con experiencia práctica y exitosa señalan que insistir en combatir la corrupción solo mediante leyes más estrictas y penas de mayor severidad, ha fracasado.
Enseñan, también, que la mera politización electoral del debate en lugar de crear el clima de opinión que se requiere con el fin de tomar medidas exitosas, lo que consigue es impedir el consenso nacional necesario para atacar un problema de fondo y, en muchos casos, estructural.
Advierten, así mismo, que, generalmente, la mejor ventana de oportunidad que se tiene son los primeros días del Gobierno, debido a la frescura y claridad del mandato recibido, toda vez que dar el gran salto requiere medidas que comprometan tanto a los ciudadanos como a la nación entera.
Lo que se requiere, entonces, es una estrategia nacional anticorrupción integral y la creación de una autoridad nacional independiente, con poder y capacidad para coordinar su implementación. Dicha estrategia debe contemplar la aplicación estricta de leyes severas, la adopción de mecanismos preventivos que desestimulen las posibilidades de incurrir en comportamientos indebidos y un gran apoyo público derivado, entre otros factores, de una tarea pedagógica bien orientada.
Todo lo anterior tiene que partir de la idea ciudadana, colectiva, según la cual es posible derrotar la corrupción. Muchos de los esfuerzos que se hacen fracasan porque se realizan de forma aislada, carecen de la coordinación necesaria entre las distintas instancias del Estado competentes para actuar, y se reciben por los ciudadanos de manera escéptica y desinteresada. ¿Cuántas veces no se escucha decir, con derrotismo o cierta tolerancia, que se trata de una tarea imposible?
Pues el primer paso es tener la certeza de que sí se puede. Otros países que llegaron a altos niveles de descomposición, lo lograron. Singapur y Hong Kong son dos ejemplos. Pero, tenemos, así mismo, la lección de transparencia de los países nórdicos. Para que no se diga, con facilismo, que estamos en Cundinamarca y no en Dinamarca, es natural precisar que los pasos que se den tienen que corresponder a nuestras circunstancias. La columna de la próxima semana estará dedicada a desarrollar en detalle la idea de la estrategia nacional contra la corrupción. Por ahora, solo se mencionan sus bases.
Estrategia nacional contra la corrupción
Se requiere una estrategia nacional anticorrupción integral y la creación de una autoridad nacional independiente para coordinar su implementación.
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