La película más reciente sobre Churchill, basada en el libro de Anthony McCarten, titulado Las horas más oscuras, es aleccionadora. Sobre todo en este momento de la vida colombiana, cuando cunde la desesperanza, el descreimiento y el rechazo de la inmensa mayoría a la institucionalidad, que se ha construido con tanto esfuerzo durante largos años.
Los momentos que enmarcan la obra se caracterizaban por una Inglaterra en guerra, un primer ministro, Chamberlain, huérfano de apoyos, incluso en su propio partido, la falta de apetito de lord Halifax, el candidato mejor posicionado para sucederlo, y su condición de miembro de la Cámara de los Lores, es decir, sin asiento en el centro del poder, la Cámara de los Comunes, y por Churchill, precedido de una serie de fracasos y errores que hacían impensable su posibilidad de ascender.
Esa era la fotografía de aquella coyuntura dramática para Europa, la democracia y el mundo entero. Estaba en juego, pues, no solo la suerte de una nación si no, también, el porvenir de la idea de la libertad. Como es común en la política, a pesar de que ningún pronóstico favorecía las posibilidades de Churchill, quien soñaba con llegar al primer cargo político de la nación desde temprana edad, a última hora se alinearon los astros para poner en sus manos una responsabilidad histórica gigantesca.
Winston no se había distinguido por ser un alumno juicioso. Sin embargo, la historia da cuenta de la inmensa influencia que sobre su liderazgo en el futuro tuvo el maestro encargado de enseñarle a escribir en inglés. Tan grande fue esa guía, que “palabras, oraciones, estructuras y gramática, le calaron hasta los huesos y nunca lo abandonaron”, de acuerdo con McCarten.
¿Qué tiene que ver esto con el liderazgo, las grandes transformaciones y Colombia?, se preguntarán en este punto, con curiosidad, mis amables lectores. Aquí viene la lección.
El autor cuenta que se convirtió en un estudioso de los discursos de grandes figuras de la humanidad, lo cual lo llevó a alimentar su admiración por el “arte de la oratoria”. Una bella frase de la obra resume bien el por qué de su deleite: “esos discursos tenían la facultad de (…) galvanizar emociones de lo más dispares y de trasladarlas a un punto de pasión compartida, capaz de hacer de lo impensable una realidad”.
Eso fue lo que hizo Churchill en momentos decisivos. Buscó palabras que “podrían suscitar en el país una actitud de resistencia heroica”. Entre tantos rasgos de la personalidad de Churchill, se encuentra su encanto por la poesía y la creencia en la capacidad del lenguaje para cambiar el mundo. Inglaterra llegó a la victoria total porque su nuevo líder, en horas de crisis, construyó, con la fuerza de sus frases, la fuerza emocional que necesitaba la nación para hacerle frente a las mayores dificultades, y ganar.
Qué gran enseñanza para la Colombia de hoy, tan necesitada de propósitos superiores y de convocatorias que ilusionen, emocionen y movilicen las energías colectivas. “Las palabras fueron realmente todo lo que tuvo Churchill en aquellos largos días”, es una de las conclusiones de Anthony McCarten, y con ellas escribió páginas heroicas para bien de la democracia.