Hace muchos años aprendí, leyendo las memorias de un estadista, que la diferencia entre los administradores y los líderes radica en que los primeros hacen las cosas de la ‘manera adecuada’, en tanto que los segundos hacen las cosas ‘adecuadas’.
Las sociedades necesitan de los unos y los otros, claro. Pero en momentos coyunturales, cuando es necesario tomar decisiones de trascendencia, la presencia de los conductores reales es irreemplazable.
Hay momentos en los que la visión, el desprendimiento personal, la capacidad de sacrificio y el coraje para dirigir multitudes en procura de alcanzar objetivos muy altos de beneficio colectivo, son las condiciones que dan prueba del verdadero liderazgo.
Álvaro Uribe Vélez ha recibido todos los honores que puede otorgar la democracia.
El pueblo lo ha elegido como gobernador, senador varias veces, y, en dos ocasiones, Presidente de la República.
En esas condiciones, aspirar nuevamente a ser miembro del Poder Legislativo carece para él de la motivación que nace del legítimo deseo de llegar a una posición no alcanzada aún.
La decisión de encabezar la lista de Centro Democrático al Senado, que acaba de anunciar, tiene, entonces, un propósito distinto.
De lo que se trata es de impulsar el nacimiento de un nuevo proyecto que sirva como canal de expresión a los colombianos que coincidan con la importancia para la nación de la seguridad democrática, la confianza inversionista, la cohesión social, el Estado austero, y el más amplio y auténtico diálogo popular.
Lo que busca Uribe es darle vida a un movimiento ciudadano amplio, participativo e incluyente, en el que tengan cabida compatriotas de origen conservador, liberal, de izquierda democrática e independientes, es decir, de las más diversas procedencias ideológicas.
De esta manera, le presta un gran servicio a la institucionalidad democrática en Colombia, que cada día muestra más fracturas.
Ellas se deben al debilitamiento de los partidos tradicionales, la falta de consolidación de las colectividades nuevas y el crecimiento del número de ciudadanos que se proclaman independientes, porque no responden a los llamados tradicionales de las viejas colectividades.
Nuestro país, en busca de ampliar los espacios de participación, pasó del bipartidismo a la dispersión partidista.
Luego se empeñó para contener la explosión de empresas electorales sin verdadero contenido, en un esfuerzo de reconstrucción, y ahora, en vista del fracaso de esos deseos, se pregunta si lo que quieren los colombianos es una democracia sin partidos.
Ya es hora de que el Parlamento vuelva a ser el epicentro de las grandes reflexiones y decisiones nacionales.
Colombia reclama un Congreso más pequeño, que deje atrás las malas prácticas y se atreva a trazarle un nuevo rumbo a la democracia, cuya naturaleza se debate hoy en el mundo entero.
La presencia del senador Uribe Vélez en esas deliberaciones, a la cabeza de un equipo integrado, en buena parte, por figuras frescas, será la ocasión histórica de darle una nueva oportunidad al Parlamento colombiano.
Carlos Holmes Trujillo G.
Exministro – Exembajador