Cuando los economistas quieren evadir las reformas estructurales se refieren a ellas como estrategias de largo plazo. Con ese calificativo creen deshacerse del problema porque muchos no reconocen que el largo plazo empieza ya. Esta precisión toma especial vigencia en estos momentos en Colombia porque el debate económico se concentra en el corto plazo, cuando realmente es necesario empezar de inmediato todos aquellos grandes cambios que el país requiere, y que gracias a que las Farc dejaron de existir como grupo guerrillero, se abren espacios para empezar a ser una nación normal.
Claro que no estamos en paz –antes de que los ataques empiecen–, pero tenemos que ser coherentes en este país. Antes, todos los males nacionales se le atribuían a este grupo guerrillero; eran los productores de coca, los responsables de los atentados y secuestros, de los ataques a la infraestructura, es decir, de todo lo malo que sucedía. Sin embargo, ahora que se desmovilizaron, dejaron las armas, indicaron dónde estaban sus caletas, y se están convirtiendo en un partido político, todo ese cambio no significa nada para muchos colombianos. Por favor. Lo que empieza a aclararse es que existen muchos otros actores violentos, algunos derivados del mal manejo de la desmovilización del paramilitarismo, del Eln y de disidentes de las Farc, que también siembran coca, atacan a los ciudadanos y cometen todo tipo de crímenes. Pero, así no se quiera reconocer, cerrar el conflicto con el mayor grupo guerrillero del país, es una puerta innegable para empezar a construir la paz.
Precisamente, porque se acabó la mayor disculpa que existía para iniciar las reformas de largo plazo, es fundamental que el debate económico no se concentre exclusivamente en el precio del dólar, del petróleo, de la tasa de interés, el desaliento de las exportaciones y la demanda interna. Además de abordar estos temas, que sin duda son cruciales, llegó la hora de empezar a debatir seriamente las grandes transformaciones que la economía y la sociedad colombiana requieren. En otras palabras, se complicó ahora sí el debate nacional, porque además de atender la coyuntura, si no iniciamos ya los grandes cambios, cuyo desarrollo requiere probablemente décadas, seguiremos sin resolver precisamente lo que acapara siempre nuestra atención: lo que sucede día a día.
Es evidente que toda nuestra base productiva está en problemas: la modernización del campo para que quepan todos –pequeños, medianos y grandes–, todavía sigue en el discurso, y cuando se toca el tema de la concentración de la tierra, esa Colombia feudal frena cualquier propuesta. La industria no ve la luz y los empresarios, con excepciones, solo esperan que el Estado, y particularmente el Gobierno, como siempre, les resuelva el problema del momento. El comercio, que también está de capa caída, solo se queja y no ha empezado a aceptar que el e-commerce es la etapa inaplazable, si no quiere morir.
Si no empezamos las estrategias de largo plazo de una vez, pasará mucho tiempo antes de que, en cambio de bonanzas pasajeras, tengamos una economía sólida y menos volátil, gracias a una buena producción nacional, que compita positivamente en los mercados internacionales. Estamos en la parte descendente del ciclo económico, y como aseguran los expertos, esos ciclos se están volviendo más largos que antes. Por ello, mientras empieza la recuperación, inicien señores del gobierno y del sector privado, a recomponer los respectivos ramos productivos.
Lejos de convertirse en una locomotora, el esfuerzo en infraestructura está muy enredado y lleno de problemas para su ejecución. El dólar caro no ha producido la diversificación de exportaciones y de mercados que se esperaban. En esto, el gobierno tiene que ser más realista pues seguimos exportando a los mercados de siempre, con la oferta de hace muchas décadas. Se escucha que el aguacate puede ser el nuevo producto con éxito exportador, pero no se conoce nada más.
El mercado de trabajo y su precariedad no logra despertar el interés nacional y se olvida que, con esos niveles de informalidad, de bajos ingresos, de inseguridad social es imposible que la demanda interna reaccione. Como dijo Jeffrey Sachs, la desigualdad de este país obedece al egoísmo de un sector de ingresos altos que no paga los impuestos que debería y tampoco cumple con las normas laborales existentes. Para los empleadores, la remuneración al trabajo sigue siendo un costo y su relación con la demanda interna no se reconoce.
Mientras tanto, tenemos una seria crisis de liderazgo, que de nuevo requiere cambios de fondo que deben empezar ya, para que se vean resultados, así sean parciales, en ese corto plazo que tanto preocupa a la mayoría. Es al Estado al que le corresponde entender que el largo plazo empieza ya. Para ello debe aceptar la realidad y no tratar de pintar pajaritos dorados cuando se sabe que estamos en momentos difíciles. Si parten de ese reconocimiento y simultáneamente empiezan a actuar, no solo en la coyuntura, sino en las grandes reformas, se acabará este pesimismo que no se resuelve solo con avisos de página completa diciendo que somos optimistas. Eso es ingenuidad.
El largo plazo empieza ya
Es fundamental que el debate económico no se concentre exclusivamente en el precio del dólar, el petróleo, la tasa de interés y la demanda interna.
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